14 mayo 2021

Y seréis odiados por causa de mi Nombre

Hace algún tiempo en Twitter publique un tweet sobre lo que personalmente pienso sobre la homosexualidad, eso sí, sin insultos, ni reproches sin recomendaciones, simplemente y llanamente mis pensamientos que como cristiano tengo respecto a este tema. Nunca en los años que llevo en las redes sociales tuvo tanto “éxito” pues fue retwitteado por miles y miles de personas y los comentarios alcanzaron unas cifras inimaginables para mi mente.


También debo confesar que no fueron muy agradables los comentarios, desde desearme la muerte hasta acordarse de mi familia y aún algunos más fuertes. Sí, es verdad vivimos en una democracia con una libertad de expresión reconocida por la Constitución, pero eso no nos da derecho a insultar como si no hubiese un mañana. De la libertad de expresión a la vía rápida del insulto solo hay un corto espacio. No es cuestión de represión ni mordazas. Sólo es cuestión de educación y empatía. Simplemente se trata de respeto. Ese con el que tanto se nos llena la boca y que siempre pedimos hacia nosotros o los nuestros.

Pero también es verdad que las Sagradas Escrituras nos enseñan que seremos odiados, discriminados, que nos insultaran y nos desprestigiarán, por causa del Hijo del hombre. (Lucas 6.22)

La falsedad y la burla son dos de las armas favoritas y más viejas del diablo. “Es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8.44). Durante todo el ministerio terrenal de nuestro Señor, vemos cómo esas armas se emplean continuamente contra Él. Se le llamó “comilón, y bebedor de vino” y “amigo de publicanos y de pecadores”; se le despreció llamándole “samaritano”. Las escenas finales de su vida no fueron sino acordes con todo su pasado. Satanás provocó a sus enemigos para que a sus heridas añadieran insultos; en cuanto se le declaró culpable, amontonaron sobre Él toda clase de atroces humillaciones: “le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos” “le abofetearon” y se mofaron de Él diciéndole: “Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”. (Mateo 26.67-68)

¡Qué asombroso y qué extraño suena todo esto! Qué asombroso que el Hijo de Dios se hubiera de someter voluntariamente a tales humillaciones para redimir a semejantes pecadores despreciables como nosotros. Y no menos asombroso es el hecho de que cada pequeño detalle de aquellos insultos había sido profetizado 700 años antes de que se pronunciaran, 700 años antes, Isaías había escrito: “No retiré la cara de los que me insultaban y escupían” (Isaías 50.6).

Toda esta historia la recoge la Biblia en el Evangelio de San Mateo 26.57-68, y de este pasaje sacamos una conclusión práctica. No nos sorprendamos nunca si tenemos que soportar burlas, insultos y calumnias, por pertenecer a Cristo. “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor” (Mateo 10.24). Si sobre nuestro Salvador se amontonaron mentiras e insultos, no debe asombrarnos que las mismas armas se sigan utilizando contra su pueblo.

Una de las principales maquinaciones de Satanás es manchar las reputaciones de los hombres piadosos para conseguir que se les desprecie: las vidas de muchos hombres y mujeres cristianos nos proporcionan abundantes ejemplos de esto. Si alguna vez se nos llama a sufrir de tal modo, aguantemos con paciencia. Estaremos bebiendo de la misma copa que bebió nuestro amado Señor. Pero hay una gran diferencia: en el peor de los casos, nosotros solo habremos tomado un pequeño sorbo amargo; Él bebió la copa hasta la última gota.

 

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