21 mayo 2021

¿Puedo publicar mis buenas obras?

Publicar o no publicar? La pregunta que me surge es: ¿deberíamos publicar en las redes sociales todas nuestras buenas obras? Esta semana leía como un gran Ministerio publica regularmente el trabajo que como cristianos no toca que hacer. Con grandes alardes publica como entregan muebles, comidas juguetes y toda clase de enseres a familias necesitadas. En una de estas publicaciones uno de sus seguidores le dejaba claro que el objetivo en todas nuestras buenas obras nunca es simplemente el bienestar temporal y material de la persona que nos importa, sino que Dios sea glorificado.


Por su parte el responsable de dicho Ministerio aludiendo al pasaje donde se dice que somos la luz del mundo y  que nuestra luz tiene que brillar delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos”. (Mateo 5.14-16). Más o menos se refería que el Ministerio el cual dirige publicaba sus buenas obras con el único fin de que las personas vean a Dios por encima de todo.

No voy a entrar en quien tiene razón o quien no la tiene, pero quiero decir una cosa que me llamo mucha la atención y que me dio la solución a mi inquietud. En la publicación había más de 1000 comentarios, no leí todos, pero si la mayoría en la que daban las gracias al responsable del ministerio citado, olvidando al que verdaderamente le tenemos que dar todo honor y gloria. O sea que no se estaba cumpliendo el propósito por el cual se estaba publicando las buenas obras.

Tenemos que tener mucho cuidado, podemos dar fe de la naturaleza engañosa de nuestro propio corazón cuando se trata de hacer el bien. Nuestros corazones están tan retorcidos y perversos que el bien que hacemos a los demás a veces está diseñado para hacernos bien a nosotros mismos. Damos nuestro dinero para que otros hablen de nuestra generosidad; damos de nuestro tiempo para que otros nos honren; Invitamos a personas a nuestros hogares para que se jacten de nuestras lujosas posesiones.

Jesús abordó esta tentación en su día. Habló de aquellos que aman dar generosamente a la obra del Señor, pero hacerlo solo con gran fanfarria, con gran publicidad, al son de las trompetas. Habló de otros a quienes les encanta orar, pero solo en público, solo en las esquinas, solo donde puedan ser vistos y honrados por todos los transeúntes. A esas personas les dijo que es mucho mejor dar y orar en secreto, porque entonces recibirán las bendiciones que Dios dispensa en secreto. Pero si dan y oran solo para ser vistos y afirmados por el público, esa afirmación pública fugaz es toda la bendición que recibirán ahora y en la eternidad.

Por lo tanto, el bien que hacemos por los demás debe hacerse en secreto en la medida de lo posible. Un millón de euros impreso en un cheque de gran tamaño y exhibido ante la prensa tiene mucho menos valor a los ojos de Dios que cien euros entregados en secreto. Un regalo rico no es un regalo en absoluto si su propósito es mejorar la reputación del que lo da. La blanca de la viuda es un gran tesoro cuando se da en secreto por el más puro de los motivos. Asimismo, las mejores de nuestras oraciones son las pronunciadas en silencio en nuestros armarios, conocidas solo por nosotros mismos y por el Dios que escucha. La oración privada más sencilla pronunciada desde lo más profundo de un corazón contrito y quebrantado es mucho más preciosa que la oración pública más elocuente pronunciada desde un corazón orgulloso. Dios pesa el corazón antes que el don o las palabras.

Nuestro llamado no es acumular buenas obras, no acumularlas y contarlas como un avaro con su dinero. Más bien, es hacer el bien con liberalidad y generosidad, y dejar la contabilidad a Dios, porque él es quien promete recordar cada palabra, cada acción, cada oración, cada don. 

 

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