07 octubre 2013

Un arma de doble filo

Todos sabemos para qué sirven las armas, aunque la teoría de algunos es que sirven para defenderse la realidad es que en la mayoría de los casos son para hacer daño; produciendo desde un daño menor a otro realmente irreparable, y todas conllevan destrucción y muerte.


El que posee las armas con mayor tecnología son los que tienen  más éxito en su cometido, que no es otro que tener bajo su dominio a los que tienen menos recursos.
Hasta el arma más pequeña, de esas que caben en el hueco de la mano, dirigida certeramente hacia su objetivo, en el momento justo, y a la distancia apropiada,  puede causar  muerte y destrucción.

Pero hay otra arma mortal, que todos tenemos, pues nacemos con ella; y es la más fácil de portar, y pasa por todos los controles sin ser detectada; no se necesita permiso  para hacer uso de ella;  siempre la tenemos a mano,  dispuesta y cargada con el material más mortífero que podamos necesitar para herir o dar el golpe de gracia a otro ser humano.
En estos precisos momentos, en todo el mundo, hay millones y millones de personas haciendo uso de ella. Personas que parecen inofensivas, pero, que están produciendo daños inimaginables en los corazones de otros millones y millones de seres humanos. 

En la Palabra de Dios, [1] encontramos una enseñanza respecto a lo que pueden significar los efectos de esta “arma”. Claro que hablamos de la lengua; ese pequeño órgano de nuestro cuerpo que es capaz de articular y pronunciar las palabras. Sin la lengua, no tendríamos la posibilidad de comunicarnos y bendecir o maldecir, animar o aplastar, destruir o restaurar a nuestros semejantes. La lengua en un momento dado,  puede ser el oportuno consuelo ante el dolor, pero también puede ser el arma mortal que mata despiadadamente.

Una palabra dicha con sinceridad y amor en una oportunidad para animar, consolar y hasta salvar a una persona. Asimismo, una palabra despreciativa, hiriente, inoportuna o mal intencionada, puede  hacer tanto mal, que podríamos herir a muchas personas. Esa bendición de poder pronunciar palabras, es uno de los mayores tesoros que Dios nos dio, especialmente porque nos permite transmitir amor, animo, consuelo y buenos consejos.

En conclusión, así como se puede bendecir con una misma cosa también se puede maldecir, es por eso que debemos cuidar nuestra forma de expresión hacia las demás personas ya que podemos herir, pero así como se hiere también se pueden llegar a dar palabras de aliento. 

Así que tengamos en cuenta las palabras de Santiago: Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. [2]

[1].- Santiago 3.

[2].- Santiago 3:9-10

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