17 septiembre 2011

La carreta vacia

Hay una historia que viene muy bien a esta reflexión.

Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:

Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí:
Estoy escuchando el ruido de una carreta.
Es una carreta vacía, respondió mi padre

¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos? pregunte
Entonces mi padre respondió:
Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía esta la carreta, mayor es el ruido que hace.

Me siento mal cuando veo a una persona hablando demasiado, sin sentido, alardear de sus logros, presumiendo de lo que tiene y de lo que es, sintiéndose prepotente y haciendo ver a la gente lo importante que es en la obra de Dios. Estas personas que presumen de sus logros, que no reconocen sus fallos, y actúan con orgullo, están en nuestras iglesias y son lo opuesto a humildes.

Es como la historia de la carreta “hace mucho ruido pero están vacíos".

El hombre humilde reconoce que nada de lo es y tiene es de él, todo es un don de Dios de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. Va tras otros tesoros. No funciona en lograr puestos de resonancia y títulos, no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo.

Un ejemplo, lo encontramos en la Biblia, cuando Abraham, al hablar con Dios, declara: “Soy polvo y cenizas”. Esto quizás lo podamos decir cualquier persona, pero el caso de Abraham era distinto y muy especial. Abraham era el hombre que tenía las promesas de Dios, hablaba con Dios, y Dios lo bendecía en todo, lo protegía, lo guiaba día a día. Pero Abraham no se jactaba de tales cosas ante los suyos.

Esto quiere decir que Abraham sabía que todo lo que tenía era de Dios, y que él era su siervo. Abraham, humildemente dependía de Dios.


Piense un poco en todos esos que se auto nombran siervos de Dios y se hacen llamar apóstoles, pastores, ministros etc. que se hacen así mismo publicidad, que se jactan de sus dones, de sus títulos, de su denominación, y de lo que han hecho.

La única verdadera realidad es comprender y conocer a Dios. Todo lo demás es transitorio, incluyendo la sabiduría humana, los títulos y los honores.

El hombre humilde no aspira a los logros personales que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es de un valor muy superior.


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