24 junio 2022

¡¡¡Que lastima!!!

Venia de la reunión de oración de la iglesia, cuando vi a un hombre tirado en mitad de la calle con convulsiones y movimientos corporales incontrolados de forma repetitiva. Según algunos de los que miraban era un ataque epiléptico. Del numeroso grupo que observaba, fueron dos cosas, las que me llamaron la atención. La primera que nadie se acercaba a este hombre, todos observaban pero nadie se agacho ni tan siquiera a ponerle algo en su cabeza para que no se golpeara. Lo segundo fue un comentario de una de las señoras allí presentes, que dijo: ¡Qué lástima!

Siento decirlo, pero no me gusta esta palabra que lo único que hace es sentir pena y dolor por la desgracia o sufrimiento de alguien. Pero solo eso “sentir” Quiero ponerles un ejemplo: Lástima oye el grito desesperado, « ¡un hombre ha caído en el mar!» y se reclina sobre la baranda del barco, asustada, sin hacer ningún esfuerzo para salvar al que se está hundiendo.

Lo contrario a esta palabra de lastima es compasión. Esta palabra implica ponerse en la posición de la otra persona, o sentir lo mismo que los demás, con empatía. Tener compasión significa sentir misericordia hacia los demás en cualquier circunstancia. La compasión es identificarse con el sufrimiento del resto, comprender su dolor o ponernos en su lugar. Es actuar con bondad. Cuando sentimos compasión a los demás, el impulso natural es que busquemos cómo podemos ayudarle a superar su dolor, o incluso hasta evitarlo.

O sea que compasión se quita la chaqueta y se lanza dentro del mar para salvar al hombre que se está ahogando

Es más que lástima. Lástima es una conmiseración hacia lo inferior, compasión es simpatía hacia la humanidad. Si personalizáramos la lástima y la compasión. Lástima dice al necesitado: «Id en paz, calentaos y hartaos;» Compasión da de comer al que tiene hambre, da de beber al sediento, recoge al extranjero, cubre al desnudo, visita al enfermo y al prisionero. Lástima canta con entusiasmo: «yo quiero cada día trabajar… en la viña del Señor». Esto hace mientras está en el templo, pero fuera de él es otra cosa. Compasión va en pos de los perdidos y les habla del amor de Dios, orando por ellos para que salgan de las tinieblas y vengan a la luz resplandeciente de Cristo Jesús.

Las Sagradas Escrituras están perfumadas con la palabra compasión expresada verbalmente y en acción. La compasión era lo dinámico del ministerio del Señor Jesucristo. Él enseñaba, predicaba y sanaba.

Enseñaba con autoridad y no como los escribas: en el sermón del monte tenemos al Maestro por excelencia. Predicaba en Nazaret, diciendo: “El espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados; para predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4.18)

Sanaba a los cojos, a los sordos, a los ciegos, a los paralíticos, los leprosos eran limpiados, los muertos eran resucitados: tenía compasión de las multitudes hambrientas y con dos peces y cinco panes alimentó a cinco mil personas. Tenía compasión de las almas esparcidas como ovejas sin pastor. 

En la actualidad hay millones de gentes sumidas en el paganismo y en la superstición, lejos del camino que conduce al Cielo, sin Dios y sin esperanza, descarriados como ovejas sin pastor, hundidos en el fango del pecado. Y qué pocos en verdad son los cristianos que tenemos compasión de esas almas perdidas, el Mismo Señor Jesús vio la gran necesidad de las personas, y dijo que la mies era mucha (necesidad de compasión) pero los obreros (cristianos) poco. (Mateo 9.37-38)

Estamos ante necesidades reales que deben motivar nuestra compasión y necesariamente, una acción correctora de nuestra parte. Sigamos el ejemplo de nuestro Señor que, como nadie, entendía perfectamente el significado de la palabra compasión. Seamos compasivos y trabajemos para el beneficio de todos aquellos que verdaderamente tienen necesidad de compasión. Santiago nos dice: “Sepa que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados”. (Santiago 5.20)

 

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