08 abril 2022

La vejez no es para los cobardes

He estado esta semana en el traumatólogo, (mi rodilla me está dando guerra). Y aunque mi intención no era escuchar a un grupo de ancianos hablando intensamente de sus frecuentes dolores y enfermedades me fue imposible no hacerlo. Uno tenía artritis, otro sufría de indigestión, otro tenía úlceras, otro tenía insomnio, y otros tenían muchos problemas más. Finalmente, el hombre de mayor edad (su aspecto le delataba) dijo unas muy sabias palabras: «Piensen en esto, amigos. ¡Todos estos achaques prueba que la vejez no es para los cobardes!.

Gracias a los progresos de la medicina, la vida se ha prolongado: ¡pero la sociedad no se ha prolongado a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado suficientemente para hacerles lugar a ellos, con justo respeto y concreta consideración por su fragilidad y su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad, una enfermedad que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, especialmente si nuestros recursos son los justos, o estamos enfermos, o estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, que no se pueden ignorar.

El Señor conoce y ama a la gente mayor de entre su pueblo; siempre ha sido así, y a ellos les ha conferido muchas de sus mayores responsabilidades. En distintas situaciones ha guiado a su pueblo por medio de profetas de edad avanzada. Él ha necesitado la sabiduría y la experiencia de la madurez, la dirección inspirada de aquellos que por largos años han demostrado fidelidad a su evangelio. Dios ha honrado de muchas maneras a los ancianos. En Génesis 5, vemos que antes del Diluvio la gente vivía cientos de años. Así que muchos de los patriarcas vivieron muchos años, siendo más fieles a Dios con el paso del tiempo. Abraham vivió ciento setenta y cinco años, a Isaac ciento ochenta años, Jacob ciento cuarenta y siete años, y José ciento diez años. Moisés es conocido por vivir ciento veinte años, los cuales se pueden dividir fácilmente en tres periodos de cuarenta años cada uno. Josué vivió ciento diez años. Job vivió ciento cuarenta años, y murió «viejo y lleno de días» (Job 42.17).

A la luz de estos ejemplos, leemos en Proverbios 16.31 que la «Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». De manera similar, en Proverbios 20.29, el sabio escribió: «La gloria de los jóvenes es su fuerza, Y la hermosura de los ancianos es su vejez».

Energía, ideas nuevas, resistencia, perseverancia, estas son cualidades que frecuentemente están asociadas con la juventud. Experiencia, sabiduría, paciencia y perspicacia, son las cualidades que frecuentemente están asociadas con las personas de edad.

Aunque en muchos estamentos ignoren a las personas ancianas, la iglesia del Señor los necesita, necesita a los «Timoteos» que son jóvenes, creativos y optimistas en cuanto a la obra de Cristo. Pero también necesitamos a los «Pablos», los que tienen más edad, y debemos escuchar sus palabras de sabiduría. No debemos pensar que su tiempo de apogeo ya ha llegado a su fin. Ellos todavía tienen conocimiento que compartir y prudencia que revelar incluso si sus cuerpos les reducen el paso y sus mentes no son tan claras como las fueron antes.

Deseamos que los años en el ocaso de su vida sean maravillosos y gratificantes. Oramos para que sientan el gozo que da una vida bien vivida y llena de buenos recuerdos. Esperamos que sientan la paz que el Señor ha prometido a aquellos que continúen esforzándose por guardar sus mandamientos y seguir su ejemplo. Esperamos que sus días estén llenos de cosas para hacer y que encuentren maneras de servir a aquellos menos afortunados. La edad casi siempre mejora a las personas, porque el caudal de sabiduría y experiencia sigue ensanchándose y creciendo al servir a los demás.

Que Dios les bendiga.

 

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