24 septiembre 2021

"La ansiedad"

Hace unos años conocí a un pastor que le había diagnosticado “ansiedad” Para él su presunta enfermedad era que estaba “simplemente preocupado". Me lo dijo de una manera alegre y medio en broma. Sin embargo, era cierto, este ministro del Señor estaba preocupado, su trabajo secular, difícil y exigente que consumía su tiempo y atención, su preocupación por su familia (hijos adolescentes), por la congregación y, a menudo, por el peso de sus responsabilidades, habían hecho de este hombre una persona enferma de ansiedad.

La ansiedad es un trastorno de salud mental caracterizado por sentimientos de preocupación, o miedo que son lo suficientemente fuertes como para interferir con las actividades diarias. A menudo incluye ataques de pánico, trastorno de estrés postraumático y trastorno obsesivo compulsivo.

Según las Sagradas Escrituras, la ansiedad es un asunto serio. Jesús ordenó a sus discípulos: “No os afanéis por vuestra vida” (Mateo 6.25) Para muchas personas la ansiedad es pecado, pero ¿lo es en todos los casos?

Las Escrituras no presentan toda la ansiedad como pecado. El apóstol Pablo, en su papel pastoral, experimentó una cierta ansiedad propia. Escribió a los corintios que además de las otras dificultades que enfrentó, padeció de ansiedad “y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11.28) Sin embargo, como Pablo lo describe a los corintios, no es una ansiedad pecaminosa lo que tiene, sino una preocupación piadosa y amorosa.

La mayoría de nuestras ansiedades pecaminosas están ligadas a preocupaciones adecuadas. Es apropiado hacer bien tu trabajo, mantener a tu familia, cuidar a tus hijos, cumplir con los deberes que Dios te ha llamado a hacer. Deberíamos preocuparnos por todos ellos. Si. La pregunta es: ¿Cuándo estas preocupaciones apropiadas se convierten en pecaminosas? ¿Cuándo se convierte el cuidado piadoso en una preocupación impía?

Un buen lugar para comenzar es con la historia de Jesús, María y Marta en Lucas 10.38–42. Jesús está en la casa de María y Marta, y Marta está ocupada sirviendo a los invitados y probablemente preparando una comida. María, en cambio, está sentada a los pies de Jesús escuchando su enseñanza. Marta se exaspera y le dice a Jesús que le diga a María que la ayude. Pero Jesús responde: “Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (vv. 41-42). Marta se consumió con lo bueno y perdió de vista lo mejor. Ella estaba trabajando arduamente al servicio de Jesús, pero dejó de enfocarse en Jesús mismo.

La culpa de Marta no fue que ella sirviera. Nosotros como cristianos tenemos que servir y no ser servidos (Mateo 20.28) Su culpa fue que se “centro mucho en el servir y se distrajo de lo más importante, la presencia de Jesús.

Esto, en pocas palabras, es ansiedad pecaminosa. Está siendo consumido por preocupaciones legítimas mientras quitamos nuestros ojos de Jesús. En otras palabras, la ansiedad pecaminosa pone los cuidados y responsabilidades mundanos por encima de Cristo. Ocupan el primer lugar; Cristo ocupa el segundo lugar.

No puedo concluir sin mencionar el antídoto por excelencia a esta ansiedad pecaminosa: la oración. El apóstol Pablo nos ha dejado uno de los pasajes más claros sobre la ansiedad en Filipenses 4.6: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante del Dios y Padre en toda oración y ruego, con acción de gracias»

Cuanto más aprendemos a desarrollar un sentido constante de la presencia de Dios en nuestra vida a través de la oración, tanto más vamos a experimentar el bálsamo terapéutico de la paz de Dios. Pablo lo describe con tal fuerza que sobra cualquier comentario:

«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». (Filipenses 4.7)


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