19 febrero 2021

¡Maldito el hombre que confía en el hombre!

Así ha dicho el Señor: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. (Jeremías 17.5). En quien estamos depositando nuestra confianza. ¿Confiamos más en los gobernantes de nuestra nación, y no en la provisión que viene del Señor? ¿Nuestra fe está en un hombre o en él que diseño al hombre? El hombre comete errores y las consecuencias de esos errores son a veces muy nefastas no solamente para él sino para todos aquellos que están a su alrededor. Es lo que podemos denominar “daños colaterales”.


Hace unos días salto la noticia que involucra al Apologeta  Ravi Zacharias, de un comportamiento sexual inapropiado sobre tres mujeres. En la investigación que realizo para esclarecer los hechos el Ministerio RZIM que él mismo fundo asegura que  Ravi Zacharias incurrió en conducta sexual indebida contra estas tres mujeres. Todo este escándalo ha dejado tocado al Ministerio que él mismo fundo y que ha tenido que tomar medidas dentro de sus propias filas, cambiando el nombre, resarciendo daños a las víctimas y expulsando a algunos de sus líderes, incluyendo miembros de la familia Zacharias. O dicho de otra manera, la actitud pecaminosa de Ravi ha producido unos “daños colaterales” difíciles de asumir.

Y es que sucede a menudo, con demasiada frecuencia, en el mundo cristiano, cuando un predicador famoso, un autor famoso, un orador famoso, es expuesto como un hipócrita, como alguien que se aprovecha de la posición y la prominencia en la que se encuentra para perseguir no recompensas celestiales, sino deseos carnales, tesoros que se desvanecen o poder fugaz. Cuando se exponen, es como esas olas del mar que llegan a las rocas produciendo un gran impacto un gran chapoteo, una gran perturbación.

En la primera ola, la de mayor impacto, donde se produce mayor peligro y mayor dolor, están las personas que fueron dañadas más grave y directamente: víctimas que fueron aprovechadas, ministerios que fueron defraudados, seguidores que fueron pisoteados. A menos que los miembros de la familia sirvieran como cómplices de las fechorías, ellos también son víctimas de la lujuria de la codicia, del pecado. Son estas personas las que sienten la mayor ola de dolor y tristeza, las más perjudicadas, las más heridas, las más dañadas, las más dignas de nuestra más sincera empatía.

Pero, desgraciadamente, el daño no termina con ellos, porque las olas siguen fluyendo siempre hacia afuera. Aunque la fuerza de las olas puede disminuir a medida que avanzan, todavía son lo suficientemente fuertes como para sacudir e incluso alterar la fe de quienes las encuentran. Aquí encontramos gente que admiraba a ese pastor, a ese maestro, aquellos que leían sus libros y escuchaban sus sermones, cuyas mentes fueron moldeadas, cuyos corazones fueron formados, por tan buenos consejos ¿Puede nuestra fe ser genuina cuando dependía sustancialmente de la enseñanza de alguien que ahora ha demostrado ser falso?

Pero incluso entonces las olas aún no se han disipado por completo, ya que irradian a aquellos que quizás nunca hayan conocido a la celebridad, pero que son miembros de la iglesia universal y que saben que su testimonio ahora se ve empañado por la hipocresía de esa persona distante. Saben que sus amigos y familiares incrédulos ahora tienen razones para dudar de su fidelidad debido a la infidelidad bien publicitada de esa celebridad. Los ministerios, radio y televisiones revisan sus archivos para eliminar mensajes que alguna vez se consideraron poderosos pero que ahora se consideran hipócritas. Incluso en todo el mundo, los propietarios de librerías se ven obligados a asumir pérdidas por títulos que ya no se venderán. Las olas continúan hasta que por fin rompen contra las rocas.

Podemos ver como son muchos y variados los daños colaterales que produce el pecado en aquellos que han sido elevados a posiciones de prominencia, porque cuanto más alta es su plataforma, mayor es la fuerza de su colapso, cuanto más amplio es su alcance, más visible es su caída.

Hay una forma que podemos evitar que esas olas no impacten en nuestras vidas, no fijemos nuestros ojos en ningún hombre por muy buen pastor que sea, porque sea el conferencista mejor del mundo o el gran autor de best-sellers, no veamos su popularidad como algo sagrado, no veamos su integridad como algo esencial, fijemos nuestros ojos en el autor y consumador de nuestra Fe, Jesucristo, Él no nos va a defraudar, ni nos va a producir daños colaterales dañinos, al revés gracias a su muerte en la cruz del calvario nos dio vida y vida en abundancia. 


 

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