04 enero 2020

La empatía, la llave del amor


Nuestro Ministerio en los hospitales y Centro de Internamientos de Extranjeros es un trabajo espiritual. Les llevamos el evangelio, las buenas noticias, les hablamos del arrepentimiento, del perdón de pecados, de la salvación, todo esto nos impulsa a ofrecer ayuda práctica si está en nuestra mano hacerlo. La Palabra de Dios nos enseña que: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Señala el apóstol Juan y agrega: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. (1 Juan 3.17-18).


No ayudamos a las personas para hacer proselitismo, como algunos piensan y creen, solo vivimos lo que predicamos: Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; y si uno de nosotros les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran», pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? (Santiago 2-15-16).

Cuando hablamos de amar a nuestro prójimo “en hecho y verdad”, primero hemos de percibir las necesidades particulares de los hermanos. ¿Observando con atención qué precisa nuestro prójimo con miras a ayudarlo? A esto se le llama “empatía”.
El diccionario define empatía como “sentimiento de participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, especialmente en los sentimientos de otra persona”.  Pero yo tengo una definición un poco más práctica: Es la capacidad de ponerse uno mismo en el lugar del otro. De modo que para tener empatía, en primer lugar hay que comprender las circunstancias de los demás y, en segundo lugar, participar afectivamente en los sentimientos que esas circunstancias provocan en ellos. En efecto, la empatía implica sentir en nuestro corazón el dolor de otra persona.

Aunque la Biblia no contiene la palabra empatía, si bien alude a ella de manera indirecta. El apóstol Pedro aconsejó a los cristianos que fueran todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables” (1 Pedro 3.8). El mismo apóstol Pablo recomendó manifestar sentimientos similares cuando exhortó a sus hermanos cristianos a “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”, y añadió: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.” (Romanos 12.15-16).

El Señor resumió toda la ley y los profetas en dos mandamientos (Mateo 22.37-40): Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” ¿Pero no nos resultaría casi imposible amar al prójimo como a nosotros mismos si no nos pusiéramos en su lugar?

Ahora una pregunta a tener en cuenta: ¿Cómo podemos tener empatía con nuestro prójimo? Pues... Escuchando con más atención, observando con más perspicacia e imaginándonos con más frecuencia que estamos en la situación de otras personas, de esta manera nuestra empatía aumentará. Como consecuencia, nos sentiremos impulsados a ser más amorosos, bondadosos y compasivos con nuestro prójimo.

No permitamos jamás que el egoísmo ahogue la empatía. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.” (Filipenses 2.4) Nuestro futuro eterno depende de la empatía del Señor. Por tanto, tenemos la obligación moral de cultivar esta cualidad, la cual nos capacitará para ser mejores cristianos, y sobre todo, nos ayudará a descubrir que “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20.35).

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