16 noviembre 2019

No hagáis acepción de personas


Estaba a punto de comenzar el culto, cuando llega una nueva persona, da la sensación de que es un hombre rico. Sabemos que es rico por la forma en cómo viste: tiene un anillo de oro en su mano y su ropa no es la ropa de todo el mundo. El viste con una ropa espléndida y más que espléndida, brillante y llamativa. Una ropa que sin lugar a dudas llama la atención. Y detrás de él entra un hombre pobre.  Un hombre que vestía una ropa que también llamaba a atención. No por su brillantez sino por ser andrajosa, rota, sucia y posiblemente maloliente.


Toda la congregación mira lo que está sucediendo. Y la reacción de la gente fue que miró con agrado al rico, a aquel que tenía la ropa espléndida. Posiblemente pensaban: qué bueno que esa persona nos está visitando. Debe ser un tremendo hombre, nuestra iglesia va por buen camino, seguro que da grandes ofrendas. El corazón de ellos se inclina a favor de ese hombre. Lo miran con buenos ojos y le dan un trato cortés: “Siéntate usted aquí en este buen lugar”. Lo miran con buenos ojos y lo tratan con respeto. Le dan un favor especial.
Pero al pobre que tiene un vestido andrajoso no lo miran con tan buenos ojos y posiblemente pensaron: qué hace ese tipo aquí, seguro que viene a por una bolsa de comida. Y lo tratan ásperamente, descortésmente, lo tratan como poca cosa. Y le dice: “Tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado”. En otras palabras, quédate de pie en la parte de atrás de la iglesia o si no, te puedes sentar en el piso.

Y Santiago le pregunta a la iglesia, ¿es esa una actitud correcta? ¿Es esto el verdadero cristianismo? ¿Es esta la religión pura y sin mácula delante del Padre? Santiago les dice: esa no debe ser nuestra actitud, hermanos míos, amados míos. Mostrar favoritismo no es una actitud cristiana. Hacer acepción de personas por razones particulares desatendiendo el mérito de esa persona es pecado.

Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud?

Santiago nos dice que nosotros que creemos en Jesucristo no debemos hacer discriminaciones entre una persona y otra. (Capitulo 2.1)

Es relativamente fácil caer en el pecado de favoritismo, especialmente cuando entran a la iglesia personas con buena posición económica y social, empresarios, artistas, etc. A veces se cree que si no se les dan ciertos privilegios a estas personas no se quedarán en la iglesia y, en consecuencia, tampoco se quedará su dinero y su influencia. No debemos cambiar los principios de la ética cristiana por bienes materiales.
Pero  la acepción de personas también puede darse en otros ámbitos en la iglesia. Por ejemplo, en el ejercicio de ciertas actividades y ministerios en la iglesia. También ocurre cuando nos relacionamos más con ciertas personas en la iglesia, porque ellas están a nuestro nivel cultural y no prestamos atención a otras que consideramos inferiores en ese sentido. También puede ocurrir cuando se muestra cierta preferencia a una persona por su edad o por el sexo, más allá de la cortesía.

Todos somos iguales ante Dios. Todos hemos sido creados a su imagen y semejante; y también todos somos pecadores merecedores de castigo. Pero Dios, mediante el sacrificio de su Hijo, mostró su amor a todos, ricos y pobres, blancos y negros, cultos e incultos, de la misma manera. Nosotros no tenemos ninguna razón válida delante de Dios para mostrar preferencia por ciertas personas más que por otras.
Hoy la acepción de personas se hace frecuentemente de manera solapada, pero es un pecado igual. En los días de Santiago, el problema se reflejaba en el trato con ricos y pobres, hoy en día se hace en relación a la barrera racial, social y sexual, de las personas. En verdad, las cosas no han cambiado mucho. Pero Dios, en su soberanía, ha salvado a ricos y pobres, blancos y negros, a hombres y mujeres que hoy están en la iglesia. 

Entonces ¿Con qué derecho nos atrevemos a despreciar algunos en la iglesia y actuar así en desacuerdo con Dios? Dios dice que todos tienen la misma dignidad: los que tienen prendas y vestidos lujosos y los que no tienen nada. La verdadera riqueza y el verdadero significado de la vida no consisten en la abundancia de los bienes que una persona posee, (Lucas 12.15), sino en la humildad de corazón delante de Dios. Porque todos necesitamos humillarnos delante de Dios.

Reflexionemos sobre nuestra actitud en relación con ciertas personas, no ya en la iglesia, sino en otros ámbitos de nuestro día a día: ¿Tenemos algunos tratos preferenciales para algunos? ¿Tenemos alguna actitud de desprecio hacia algunas personas?
Tenemos que tener claro que la acepción de personas es un pecado por el cual habrá que dar cuentas a Dios, Santiago lo compara con el pecado de adulterio y de asesinato. 

Debemos tomar la firme decisión de mejorar nuestra relación con los demás hermanos en la iglesia. Puede ser que el trato preferencial no ocurra con nuestras acciones sino con nuestras palabras. Tal vez usted ha estado hablando mal de algún hermano. Si es así, confiésele su pecado y deje de hablar mal de él. Si ese es el caso, haga una lista de cosas buenas, positivas, que tiene ese hermano/a y haga una oración de gratitud al Señor por él.


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