24 junio 2018

Sé una persona con una boca llena de vida.


Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4.29)
El viejo hombre habla cosas “corrompidas”, pero el nuevo hombre, lo que edifica.  La palabra “corromper” describe una fruta repulsiva, que está echada a perder, podrida, que huele mal, no apta para comer. 


El apóstol no se refería sólo a las palabras vulgares y soeces, que muchas veces salen de nuestras bocas, sino a todas palabras que no contribuye al bien de los demás; palabras que atacan, humillan, critican, culpan, recuerdan, exigen, burlan, amenazan, lastiman, incluye también el sarcasmo que hiere, el humor que ofende, la murmuración que rompe amistades y otros errores semejantes.

Así que, sea cual sea el conflicto, las palabras sí importan; importan y mucho. Estoy convencido de que la mayoría de los conflictos podría resolverse con un daño mínimo a las personas y a la iglesia, si pusiéramos tanto nuestra ira como nuestras palabras bajo el control del Espíritu Santo. De hecho, la Palabra de Dios nos enseña referente a los conflictos que controlemos nuestra ira y nuestras palabras que forma parte de  las muchas disputas entre los cristianos. (Efesios 4.29-30)

En este pasaje de Pablo a la iglesia de Éfeso, les dice que las palabras que son buenas tiene tres características:
1) Edifican.
2) Llena la necesidad del momento
3) Da gracia a los que lo oyen.

Ejemplos de palabras que tienen estas cualidades son las que dan ánimo, estímulo, afecto, admiración, agradecimiento, compromiso, apoyo, entusiasmo; palabras que piden apoyo y consejo, que piden perdón, que sanan heridas, que reconocen que todos somos frágiles y las que comparten alegrías, sueños y metas.

La Biblia nos dice: "muerte y vida están en poder de la lengua" (Proverbios 18.21). Esto significa que, en la actualidad, es mucho lo que está en juego con lo que decimos. Y en nuestros días, la palabra "lengua" incluye lo que escribimos, dibujamos, hablamos o firmamos.

Sé una persona con una boca llena de vida.

“Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20.32).

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