10 junio 2018

Desanimados, pero no derrotados


A nadie le gusta sentirse angustiado, atribulado, desanimado, pero hay muchos aspectos en la vida que pueden hacernos creer que no tenemos esperanza. Quizás sea por problemas económicos, de salud, o familiares.  A veces la angustia o el desánimo viene como consecuencia del rechazo que sufrimos de otras personas.


Pero quizás lo menos importante sea la causa, siendo lo más importante  la manera en que reaccionamos al estar en estas situaciones. Puede que sintamos el deseo de rendirnos, de culpar a Dios, a otras personas o tirar la toalla y rendirnos.

Pablo describe en 2 Corintios 4.8-9,  algunas de las dificultades por las que tuvo que pasar: “Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, más no desesperados (vs. 8).  Perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no destruidos”. (vs. 9).
Los problemas que acarreaba Pablo no eran pocos y complicados, sin nos damos cuenta, el versículo ocho expresa problemas  interiores; el siguiente, el nueve apuros exteriores, su puede decir que sus problemas eran completos.

Pero esto no fue un obstáculo para que Pablo aunque con muchas circunstancias adversas se levantara y proclamara el evangelio, fundara congregaciones, fortaleciese a los creyentes y escribiera epístolas que han traído el mensaje de salvación a incontables multitudes alrededor del mundo. Y esto por generaciones hasta el día de hoy.

Cuál era el secreto de Pablo para seguir luchando pese a tantas dificultades, El mismo nos da la respuesta en Colosenses 3.1-3. Debemos mirar al cielo. Buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poner la mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra. Porque hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.

Una derrota no significa la pérdida de la guerra. Sino sólo una oportunidad para demostrarnos a nosotros mismos y a los demás, que podemos estar derribados, pero no destruidos. 

¿Perder una batalla es perder la guerra? Desde luego que no. Puede que perdamos una batalla, pero la guerra ya está ganada. Jesús la ganó por nosotros.  (1 Corintios 15.57)
Con Dios en nuestras vidas, tal vez seremos perseguidos, pero jamás nos sentiremos abandonados, seremos golpeados por circunstancias que parecen imposibles, pero por aferrarnos a su amor y perdón, jamás seremos derribados.

Es más, es posible que seamos derrotados una y otra vez, pero cada una de esas veces, nos volveremos a levantar y continuaremos la lucha sin darnos por vencido.

"...Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8.31)



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