01 febrero 2017

Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo

No hace mucho tiempo en que a lo malo y a lo bueno se le llamaba por su nombre, y se distinguían muy claramente una cosa de la otra. Lo bueno era muy bueno y el malo era muy malo. Ciertamente, hoy en día esto no existe Ahora todo es relativo, tan relativo que lo bueno es mal visto (sobriedad, fidelidad, castidad, estudios, esfuerzo, respeto, tolerancia, solidaridad, compañerismo, etc) y lo malo es visto como una hazaña y valorado (grosería, mediocridad, exhibicionismo, injuria, infidelidad, promiscuidad, embriaguez, egoísmo, deshonestidad, arrogancia, odio etc.). 


Los malos, ya no lo son tanto, porque la culpa es de la familia que tuvieron que no supieron educarles, o quizás de las malas compañías. Seré un carca, pero quisiera volver a ese tiempo, cuando amor era amor, no sexo, diversión era diversión y no descontrol total, había más seguridad, familias más unidas, menos delincuencia, menos chabacanería y mi Dios era Dios, y no el “evangelio” que venden algunos showmans para el placer de sus seguidores. Antes había cosas malas, y tal vez peores pero, sabíamos que era lo bueno, y sabíamos lo que estaba mal.

Hemos entrado sin darnos mucha cuenta en una confusión total, con el afán de impulsar las igualdades y promover los derechos de cada uno, se promueven y se firman leyes que van terminar con lo queda de una sociedad con valores y moralidad. Y es verdad que cada uno debe hacer con su libertad lo que mejor le parece, pero a eso debe añadirle las fronteras del respeto y no pasarse de ellas, sin embargo, por encima de todo esa libertad humana, hay un 

Dios Soberano, que creó todo y hace separación entre lo bueno y lo malo, y eso no lo convierte en un Dios discriminador, sino en un Dios cuidadoso, que viene a poner fin a las malas decisiones humanas y a restaurar las cosas quebradas, por eso nos dice:

Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5.20)


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