21 octubre 2012

Manteniendo el ritmo


Una de mis grandes aficiones es el atletismo, y el maratón mi prueba favorita.  Cuando se participa en una carrera tan larga, (42 km, 195 m) se debe tener un plan de carrera que nos ayude a terminar con éxito la competición. Algo que puede resultar de gran ayuda  es llevar un ritmo constante durante toda la carrera.


Las dos estrategias más comunes para marcar el ritmo de carrera es comenzar a un ritmo lento y guardar fuerzas para acabar más rápido, o bien, comenzar a un ritmo rápido y terminar con uno más lento. Ambas tienen sus ventajas y riesgos en lo físico y lo psicológico.
Los corredores menos experimentados suelen comenzar la carrera con un ritmo demasiado optimista y en la segunda mitad tienen que bajar el ritmo considerablemente. Así que el riesgo de comenzar demasiado rápido radica en que se podría terminar la última parte de la carrera caminando o en que ni siquiera se pueda terminar y hay que abandonar.
Entonces parecería que es más seguro seguir una estrategia opuesta, esto es, comenzar a un ritmo lento y más precavido y terminar a uno más rápido. No obstante, así se corre el riesgo de acelerar demasiado tarde y no lograr el mejor resultado posible.
 Los grandes expertos aconsejan correr la carrera a ritmo constante. O sea mantener el mismo ritmo durante toda la prueba, no conseguimos nada si hacemos la mejor media carrera de nuestra vida a un ritmo por encima de nuestras posibilidades, si no somos capaces de terminar la carrera. Es preferible ir a un ritmo constante, adecuado a nuestras posibilidades durante toda la prueba y terminarla.
Toda esta historia de ritmos y deportes también es válida para nuestra vida espiritual, es importante llevar un ritmo estable, orando, leyendo la Biblia, congregándote, sirviendo en algún ministerio haciendo todo correctamente, todos los días, y digo todos los días, porque de nada nos va a servir leer, orar muchas horas durante dos días y el resto de la semana nada de nada.
Hoy si, mañana no, nos lleva a perder  el ritmo durante un tiempo, al principio dejas un día, luego es una semana y cuando perdemos el ritmo corremos el riesgo de abandonar o no conseguir los objetivos deseados.
 Es necesario no acomodarse, pensar que ya lo hemos conseguido todo, porque nos puede causar problemas espirituales, puedes dejar de hacer ejercicio físico durante un día, pero ¿en la vida espiritual? No se puede, no nos podemos dar el privilegio de posterga la salvación, de posterga nuestra santidad, de estar postergando nuestro tiempo de devoción a Dios.
Quizá has bajado el ritmo que habías llevado durante un tiempo, ese ritmo que te estaba dando victorias, tras victorias, ese ritmo que te hacía sentir seguro en Cristo, pero que por diferentes situaciones de la vida o por una simple fatiga espiritual o acomodo, has bajado el ritmo en  las cosas espirituales. Por esa razón últimamente quizá te has sentido, sin fuerzas y débil antes los problemas que se te presentan.
No es tiempo de aparcar las cosas espirituales, es momento de coger el ritmo espiritual que Dios quiere que mantenga, los tiempos no son buenos y los que corren hacia la meta, no se detienen a medio camino, sino que corren y corren hasta llegar a la meta.
Pablo nos aconsejaba como correr esta carrera,  con paciencia, (a un ritmo constante sin interrupciones), pero eso si, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. 

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