29 enero 2011

No nos prediquemos a nosotros mismos

No me gusta nada, cuando leo o escucho a predicadores que solamente hablan de sus logros, del tiempo que dedican al ministerio, lo mucho que viajan, etc, o sea que reemplazan la verdad y el poder de Dios por su logros y sabiduría humana, y aunque esto no es nada nuevo, ya Pablo habló muy fuerte sobre este tema a la iglesia de Corintio ……. y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, (1 Corintios 2.4)

Pablo era un expositor brillante. Podía mantener cautivados a sus oyentes con sus argumentos intelectuales, con sus viajes con sus anécdotas, pero prefería anunciar el mensaje sencillo del evangelio de Jesucristo, dejando que el Espíritu Santo guiara sus palabras, la confianza de Pablo no radicaba en su intelecto o en su habilidad para hablar, sino en el reconocimiento de que el Espíritu Santo lo ayudaba y lo guiaba. Yo no digo que estos predicadores no dediquen tiempo al estudio de la Biblia, aunque muchas veces da la sensación de que así es, Pablo no negaba la importancia del estudio y la preparación para predicar; él tuvo una instrucción profunda de las Escrituras. La predicación efectiva debe combinar la preparación y el estudio con la obra del Espíritu Santo. Se puede tener más sabiduría o menos, pero eso no va a ser un impedimento para que nuestro mensaje llegue a los corazones de los hermanos, si como Pablo nos proponemos que el mensaje sea Jesucristo, y a éste crucificado. (1 Corintios 2.2)

El mensaje de la Cruz es tan poderoso en sí, que todo esfuerzo del hombre por “hermosearlo”, hacerlo efectivo y divertido, lo que hace es minimizarlo, adulterarlo, falsificarlo. Los conocimientos humanos y los excesos arruinan el verdadero mensaje del evangelio, se convierten en obstáculos que estorban a los oyentes para recibir la salvación por oír con fe la Palabra de Dios.

Al predicar el evangelio a otros, deberíamos seguir el ejemplo de Pablo y mantener nuestro mensaje elemental y sencillo. El Espíritu Santo dará poder a nuestras palabras y las usará para glorificar a Jesús

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