Esta semana se ha conmovido medio mundo, pero no ha sido por
ninguna catástrofe natural, ni ninguna guerra nueva, ni ha habido ningún
atentado, ni tan siquiera el atentado en Texas contra un colegio. El mundo se
ha conmovido porque el jugador de futbol del Paris Saint Germain, Kylian Mbappé
que al parecer había dado su palabra al Real Madrid para fichar por este club, y
que el último día el fichaje dio un giro inesperado y el jugador decidió quedarse
en Paris. Como siempre las RRSS y televisiones del mundo se han hecho eco de
todo este acontecimiento, poniendo al jugador de traidor, de que no tiene
palabra, de que es un gran deportista, pero como persona deja mucho que desear,
de que ha faltado a su palabra. Como parece ser había un compromiso por parte
del jugador de que ficharía por el club de la capital de España, pero los
dueños del PSG, los emires de Catar, y hasta el mismísimo presidente de la
República francesa presionaron al jugador para que se quedara en Paris y de esa
forma Kylian rompió esa promesa que había dado al club de la capital española.
Durante muchos siglos la palabra de un hombre o de una mujer
era muy valiosa. Durante muchos siglos las personas vendían, se daban en
casamiento, negociaban, se asociaban y en todo lo que hacían estaba su palabra
de por medio. Su palabra, era más valiosa y más firme que cualquier documento.
Con sólo comprometerse verbalmente a hacer algo, la palabra dada, esto era, la
promesa, el compromiso verbal para hacer algo era suficiente. Una persona que
cumplía su palabra era considerada una persona íntegra, cabal y recta.
Asimismo hay muchos cristianos que con su boca se comprometen,
y le dicen al Señor: Sí, te acepto en mi corazón, sí, te voy a servir, sí, te
pertenezco, y tantas otras cosas. Pero que en la mayoría de los casos fallamos
aludiendo excusas que lo único que hacen es delatarnos como cristianos
inmaduros. La Palabra de Dios nos enseña que debemos actuar bajo este precepto
“que nuestro si sea si y nuestro no sea no” (Mateo 5.37).
En la Biblia, un voto es una promesa solemne que le hacemos
a Dios. Puede consistir en un compromiso de hacer algo, ofrecer algún regalo,
realizar algún servicio o abstenerse de ciertas cosas. Las promesas se hacen
por voluntad propia. Ahora bien, Dios los considera sagrados y de obligado
cumplimiento, pues tienen la fuerza de un juramento por el que se promete hacer
o dejar de hacer alguna cosa. (Deuteronomio 23.21).
Jefté era un líder valiente. Él era un soldado aguerrido,
era una persona que buscaba a Dios de todo su corazón. El hizo un voto
(promesa) a Dios y la cumplió, siendo un magnífico ejemplo para los hombres y
mujeres que en la actualidad deciden hacer promesas a Dios o a cualquier
persona. Jefté fue fiel a la promesa que le había hecho a Jehová cuando salió a
pelear contra los amonitas, que aterrorizaban al pueblo de Dios (1). Deseaba
intensamente la victoria y por eso hizo la promesa de que si Dios le daba la
victoria la primera persona que saliese por la puerta de su casa la entregaría
al Señor. Y que ocurrió que Jefté cuando regresó victorioso a su hogar, su querida
hija fue la primera persona que salió y esta llego a ser del Señor, tal como
había prometido Jefté, con todas las implicaciones que traía el cumplimiento de
esta promesa. ¿Qué implicó eso para esta familia? Cumplir la promesa implicaba
que la hija de Jefté serviría a Jehová todo el tiempo en el santuario. ¿Se
había precipitado Jefté? No, porque es posible que supiera que ella podía ser
la que saliera de la casa a su encuentro. Aun así, aquello implicaba un gran
sacrificio para los dos, y eso los angustiaba mucho. Cuando Jefté la vio, rasgó
sus prendas de vestir y dijo que sentía un gran dolor. Entonces ella le pidió:
“Déjame llorar mi virginidad”. ¿Por qué? Jefté no tenía ningún otro hijo y
ella, su única hija, no se casaría nunca ni le daría nietos. No habría nadie que conservara el nombre y la
herencia de la familia. Pero eso no era lo que más les preocupaba. Jefté dijo:
“He abierto mi boca a Jehová, y no puedo volverme atrás”. Su hija le contestó
que hiciera lo que había prometido (2). A estas personas leales no les pasó por
la cabeza romper su compromiso con el Señor.
Hermanos debemos ser responsables con nuestras promesas. La
responsabilidad es una moneda que tiene dos caras: El cumplir correctamente y
debidamente y asumir mi responsabilidad por mis pensamientos y actos, así como
también las consecuencias. La mayoría de la gente tiene problemas en las dos
caras; prometen y no cumplen y cuando se equivocan no quieren pagar o arreglar
las consecuencias. Necesitamos practicar y enseñar que somos responsables ante
Dios para vivir correctamente en obediencia a la palabra y cuando nos
equivoquemos somos responsables de resolver la situación de mejor manera.
El cristiano no debe ser una persona de conveniencia a la
oportunidad sino de cumplir su palabra. Mi palabra debe valer, ser una garantía
aun cuando me cueste cumplirla. Para eso debemos pensar antes de hablar lo que Jesús
nos dijo: "que nuestro si sea si y nuestro no sea no"(Mateo 5.37).
[1] Jueces 10.7-9
[2] Jueces 11.35-39)
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