Recuerdo un dicho de mi padre que me decía mucho: “El que
duerme mucho vive poco”. Hacía alusión a las muchas horas que me pasaba en la
cama, y la cantidad de horas que perdía. Esto me llevaba a dejarme llevar por
la pereza y por el disfrute pasajero. Gracias a Dios que con los muchos años entendí
aquellas palabras y advertencias de mi padre y con el tiempo mis hábitos
cambiaron radicalmente. Entendí que el descanso es una debilidad y una enorme
pérdida de tiempo. ¿Por qué tengo que pasar una gran parte del día sin hacer
nada cuando hay libros y artículos que leer o escribir (mi gran debilidad),
cosas que hacer y gente a la que ver? Desde mi nueva perspectiva, el descanso me
pareció un obstáculo que me impedía lograr todas las cosas que realmente había
querido hacer.
Recuerdo haber leído una vez sobre John Owen que se disciplinaba a sí mismo para sobrevivir con 3 o 4 horas de sueño por noche para lograr más para el reino de Dios. Puedo decir que una de las bendiciones que Dios me ha dado con este nuevo estatus es que madrugo mucho, me levanto muy temprano para buscar a Dios y tener la oportunidad de disfrutar de un silencio que por otro lado sería difícil en otro horario. Esta tendencia mía a minimizar la importancia del descanso y exagerar la importancia del trabajo es parte integral de mi afán de trabajar para Dios, de poder tener la oportunidad de hacer muchas cosas para Dios.
Hace unos días algunos hermanos en la fe y familiares me han
recordado la importancia del descanso, porque muchas veces queremos ser como
“Dios”. Desde el Jardín del Edén, Satanás ha estado tentando a la gente con
este gran engaño (Génesis 3.5). Nos ha llevado a creer que, entre otras cosas,
somos infinitos e indestructibles y que no necesitamos tomarnos un tiempo para
descansar. Debido a esta tentación, necesitamos que se nos recuerde
continuamente que no somos Dios. Somos finitos y frágiles, aunque no nos guste
admitirlo. Nuestros cuerpos se descomponen. Nos enfermamos. Nos quedamos sin
energía, e incluso nos quemamos. No somos “Conejitos Energizantes que nos ponen
pilas nuevas y a seguir funcionando”; no podemos seguir y seguir para siempre.
Nuestra necesidad de descansar es un recordatorio de la gracia del Señor de que
dependemos totalmente de Él en todo momento y para todo lo que hacemos, incluso
cuando no lo parezca.
No importa cuán fuertes seamos, cuánta energía creamos que
tenemos o cuán necesarios nos percibamos, todos necesitamos descansar de vez en
cuando. Seguramente esto es lo que Dios pretendía comunicar al descansar el
séptimo día después de trabajar durante seis en la creación de “los cielos y la
tierra” (Génesis 1.1) y establecer eso como un patrón semanal para que lo
sigamos (Éxodo 20.8-11). Al hacerlo, el Señor incorporó a su creación un ciclo
de trabajo y descanso cada semana y garantizó un tiempo de vacaciones cada año
para cada una de sus criaturas.
Todos necesitamos descansar, unos más que otros y ese
descanso será diferente para cada uno de nosotros. Cada uno tiene diferentes
personalidades, capacidades para el trabajo y el estrés. Lo que una persona
encuentra relajante, otra puede verlo como cualquier cosa menos eso. En mi
propia vida, por ejemplo, el levantarme temprano y salir a caminar durante un
par de horas, siempre ha sido una fuente principal de descanso para mí. El caminar
me rejuvenece y me permite lidiar con el estrés y las tensiones normales del
día. También lo dedico para orar y meditar en el Señor.
Espera y descansa, Dios conoce cuál es el remedio que
precisas, tú no lo sabes, pero la provisión de Dios te dará lo que realmente te
sirve y te hace bien. Deja que tu corazón descanse en las manos de Dios, y
alábale por todo lo que ha permitido en tu vida hasta este momento. Agradece
por todas las situaciones de alegría y de dificultad, porque estas últimas a la
larga honrarán a Dios.
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