20 mayo 2022

Descansar, una bendición de Dios.

Recuerdo un dicho de mi padre que me decía mucho: “El que duerme mucho vive poco”. Hacía alusión a las muchas horas que me pasaba en la cama, y la cantidad de horas que perdía. Esto me llevaba a dejarme llevar por la pereza y por el disfrute pasajero. Gracias a Dios que con los muchos años entendí aquellas palabras y advertencias de mi padre y con el tiempo mis hábitos cambiaron radicalmente. Entendí que el descanso es una debilidad y una enorme pérdida de tiempo. ¿Por qué tengo que pasar una gran parte del día sin hacer nada cuando hay libros y artículos que leer o escribir (mi gran debilidad), cosas que hacer y gente a la que ver? Desde mi nueva perspectiva, el descanso me pareció un obstáculo que me impedía lograr todas las cosas que realmente había querido hacer.

Recuerdo haber leído una vez sobre John Owen que se disciplinaba a sí mismo para sobrevivir con 3 o 4 horas de sueño por noche para lograr más para el reino de Dios. Puedo decir que una de las bendiciones que Dios me ha dado con este nuevo estatus es que madrugo mucho, me levanto muy temprano para buscar a Dios y tener la oportunidad de disfrutar de un silencio que por otro lado sería difícil en otro horario. Esta tendencia mía a minimizar la importancia del descanso y exagerar la importancia del trabajo es parte integral de mi afán de trabajar para Dios, de poder tener la oportunidad de hacer muchas cosas para Dios.

Hace unos días algunos hermanos en la fe y familiares me han recordado la importancia del descanso, porque muchas veces queremos ser como “Dios”. Desde el Jardín del Edén, Satanás ha estado tentando a la gente con este gran engaño (Génesis 3.5). Nos ha llevado a creer que, entre otras cosas, somos infinitos e indestructibles y que no necesitamos tomarnos un tiempo para descansar. Debido a esta tentación, necesitamos que se nos recuerde continuamente que no somos Dios. Somos finitos y frágiles, aunque no nos guste admitirlo. Nuestros cuerpos se descomponen. Nos enfermamos. Nos quedamos sin energía, e incluso nos quemamos. No somos “Conejitos Energizantes que nos ponen pilas nuevas y a seguir funcionando”; no podemos seguir y seguir para siempre. Nuestra necesidad de descansar es un recordatorio de la gracia del Señor de que dependemos totalmente de Él en todo momento y para todo lo que hacemos, incluso cuando no lo parezca.

No importa cuán fuertes seamos, cuánta energía creamos que tenemos o cuán necesarios nos percibamos, todos necesitamos descansar de vez en cuando. Seguramente esto es lo que Dios pretendía comunicar al descansar el séptimo día después de trabajar durante seis en la creación de “los cielos y la tierra” (Génesis 1.1) y establecer eso como un patrón semanal para que lo sigamos (Éxodo 20.8-11). Al hacerlo, el Señor incorporó a su creación un ciclo de trabajo y descanso cada semana y garantizó un tiempo de vacaciones cada año para cada una de sus criaturas.

Todos necesitamos descansar, unos más que otros y ese descanso será diferente para cada uno de nosotros. Cada uno tiene diferentes personalidades, capacidades para el trabajo y el estrés. Lo que una persona encuentra relajante, otra puede verlo como cualquier cosa menos eso. En mi propia vida, por ejemplo, el levantarme temprano y salir a caminar durante un par de horas, siempre ha sido una fuente principal de descanso para mí. El caminar me rejuvenece y me permite lidiar con el estrés y las tensiones normales del día. También lo dedico para orar y meditar en el Señor.

Espera y descansa, Dios conoce cuál es el remedio que precisas, tú no lo sabes, pero la provisión de Dios te dará lo que realmente te sirve y te hace bien. Deja que tu corazón descanse en las manos de Dios, y alábale por todo lo que ha permitido en tu vida hasta este momento. Agradece por todas las situaciones de alegría y de dificultad, porque estas últimas a la larga honrarán a Dios.

 

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