Cuántas veces hemos leído sobre todos en estos días el
capítulo 2 del evangelio de Lucas sobre todo el nacimiento de Jesús, y sobre
los ángeles y las buenas nuevas que les dieron a los pastores.
Pero casi siempre nos hemos parado hay, en el nacimiento y
el regocijo de los pastores, pero no hemos ido un poco para adelante donde la
palabra de Dios nos habla de un hombre llamado Simeón que la Biblia le describe
como, justo y piadoso, y que esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu
Santo estaba sobre él.
Pocas o ninguna vez he escuchado, ni he leído ningún sermón
de este hombre entregado a Dios, pero era tan grande su deseo y amor por el
Señor que el Espíritu Santo le confirmo que no moriría antes de ver con sus
propios ojos al Hijo de Dios.
¿Nos imaginamos una promesa tan especial en nuestra vida?
Dice la palabra de Dios que cuando se cumplieron los días de
la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, trajeron al niño a
Jerusalén para presentarle al Señor, cumpliendo así la Ley en cuanto a los
recién nacidos. Es, cuando Simeón toma al pequeño Jesús en sus brazos y bendice
a Dios: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra.
Porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de
todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo
Israel.” (Lucas 2.29-32)
No puedo imaginarme lo que Simeón estaría experimentando,
pero lo que le dice a Dios nos habla bastante de su carácter y el por qué Dios
favoreció a este hombre.
Simeón reconoció que Dios cumple su Palabra y que la
salvación proviene de Él, y solamente de Él. Y lo que es más, bendijo a Dios
porque reconoció que esta gran salvación es para todos, judíos y gentiles por
igual.
Simeón había esperado toda su vida, sin embargo, en lugar de
mirar sus circunstancias, prefirió cultivar la esperanza, apoyados en la
promesa del Redentor que vendría. Y Dios no los defraudó.
La historia está llena de promesas incumplidas. Los políticos no siempre cumple sus promesas
electorales, los países hacen pacto de no agresiones, que más tarde y casi
siempre por intereses económicos no los cumplen.
¿Qué hay de lo que prometen cosas a nivel individual? La
verdad es que nos decepciona mucho que alguien no mantenga su palabra, en
especial si lo conocemos y confiamos en él. La gente tal vez no cumpla sus
promesas porque no puede o no quiere hacerlo.
Qué diferentes son las promesas humanas de las promesas de Dios. Estas últimas son
absolutamente fidedignas y confiables. Toda promesa de Dios es una promesa
segura, y sin falta se cumplirá.
Por esa razón hoy quiero animarte a que no dejes de creer,
hoy quiero recordarte que tenemos a un Dios que cumple sus palabras y sus
promesas, que lo único que necesita de nosotros es que le creamos.
Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para
que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará?
(Números 23.19)
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