27 agosto 2021

La vejez, ¿bendición o maldición?

Ayer viernes celebre mi cumpleaños, un año más de vida, un año más de experiencias y aprendizajes. 67 años, cerquita ya de los 70. En lo personal, es como tener ese sentimiento ambivalente, estoy feliz por un año más de vida pero me siento triste porque estoy muy cerca de los setenta. Pero en vez de quejarme por tontos prejuicios, me dediqué a darle gracias a Dios por dejarme llegar hasta aquí́.


Para muchas personas envejecer es un problema y buscan mil maneras para llevar esta etapa de la vida aparentemente más cómoda. Solamente tenemos que echar un vistazo a internet y podemos ver que existe toda una industria dedicada a “ayudarnos a rebelarnos contra los síntomas físicos del envejecimiento”. Cosméticos, fármacos y programas de ejercicio diseñados para los ancianos tratan de convencernos de que ser joven es la única manera de ser. Pero, siendo realistas, ya cuando llegamos a los sesenta y pico, cerca de los setenta, todos hemos comenzado a perder algunas de nuestras facultades. El cabello se nos pone canoso (si es que nos queda alguno), la piel se vuelve más arrugada y el paso más lento.

Y nos preguntamos ¿Por qué somos incapaces de aceptar esto?

Envejecer no tiene que ser una cárcel de desánimo y desesperanza. Nos puede presentar oportunidades únicas, en las que el significado y propósito de la vida encuentran su cumplimiento, y donde podemos expresar el amor como siempre quisimos, pero que por alguna razón jamás habíamos sido capaces. Y aunque el envejecimiento está asociado con dolores, pero también está asociado con alegrías. La Biblia promete que para aquellos que envejecemos en Cristo, hay beneficios almacenados en esta vida y en la venidera. Está el gozo de la sabiduría, la piedad y el respeto. Dios es fiel para proporcionar lo que nos ha prometido.

No hay duda de que Dios nos acepta aun cuando envejecemos. En las Sagradas Escrituras queda meridianamente claro que Dios ama a las personas mayores y los tiene en alta estima. Una vida larga es una bendición de Dios y viene acompañada de una responsabilidad hacia la próxima generación.

Llegar a viejo puede ser un don, pero únicamente si nos entregamos al plan de Dios. Entonces podemos dejar de quejarnos acerca de las cosas que ya no podemos hacer y darnos cuenta que Dios está encontrando nuevas maneras de usarnos. Con este don de Dios podemos darles ánimo a muchos otros. Cuando encontramos la paz de Jesús, ésta reemplazará con creces las cosas que antes hacíamos para nuestra satisfacción personal. Aún con nuestras capacidades mentales y físicas reducidas, tenemos muchas oportunidades para trabajar por la humanidad y por el reino de Dios en la tierra al vivir los dos mandamientos principales de Jesús: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente» y «ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22.37–39).

A medida que envejecemos, nuestra fuerza física disminuirá. Sin embargo, incluso cuando la fuerza física falla, la fuerza espiritual surge. El tiempo, enemigo del cuerpo, es amigo del alma. Cuando somos jóvenes somos físicamente fuertes y espiritualmente débiles, pero cuando somos viejos somos espiritualmente fuertes y físicamente débiles. Con una recompensa tan grande por delante, el desafío es claro: si vamos a vivir las vidas más significativas, vidas que glorifiquen a Dios, debemos envejecer en Cristo. Envejecer en Cristo no eliminará los dolores, pero agregará las alegrías.

 

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