27 marzo 2021

¿Amas a tu enemigo?

Seguro que alguna vez te han dicho: Tienes que amar a tu enemigo. Y la primera pregunta que te viene a tu mente es: ¿Cómo es posible esto? Aquí es donde me bajo del tren. No creo que esto realmente sea posible. Entiendo las otras enseñanzas de Jesús, pero esto de amar a mi enemigo, eso no sé. La pregunta sería, ¿es posible o no? Personalmente creo que sí es posible. Solo aquellos que alguna vez hemos experimentado este cambio y esta transformación en nuestro corazón sabemos a lo que me refiero.


No es fácil porque cuando odias a alguien, le tienes rencor y estás muy molesto con esa persona, no puedes simplemente cambiar tus sentimientos y perdonar. Cuando la persona te ha ofendido y te ha herido profundamente se requiere que Dios haga su obra en nuestro corazón. Solo la persona que ha experimentado el cambio del odio al amor, del aborrecimiento al amor sabe que esto sí es posible. Probablemente no hay ningún otro mandato de Jesús que parezca ser más imposible que el amar a tu enemigo. Sin embargo, ningún otro mandato en las Sagradas Escrituras revela el poder y la gracia de Dios para cambiar el corazón humano más que este. Cuando experimentes esta capacitación para amar a tu enemigo, tendremos la seguridad de que conocemos al Señor. Estaremos absolutamente seguro de que conocemos al Dios viviente porque sabemos que no podemos hacer esto por nuestra propia fuerza. ¿Has tratado alguna vez de amar a tu enemigo por tu propia fuerza? ¿Has tratado alguna vez de perdonar a tu enemigo por tu propia fuerza? ¡No sucederá! ¡No lo podemos hacer!

Jesucristo explicó en estos versos de Mateo 5.43-48 el objetivo principal de como amar a nuestros enemigos y que los discípulos conocían muy bien. Él quería que estos entendieran que los Mandamientos de Dios deben cambiar el corazón y no solo el comportamiento externo. En el contexto anterior (VS-20) Jesús explicó que la justicia de los discípulos debía ser mayor que la justicia externa de los escribas y los fariseos. Les enseñó que si eso no sucede no entrarían en el reino. Por lo tanto, es esencial que cada uno de nosotros entienda el significado de estos mandatos y cómo ponerlos en práctica en la vida.

El Señor Jesús exige de nosotros una actitud de amor universal. “Yo os digo: Amad a vuestros enemigos”. Deberíamos desechar toda malicia; deberíamos devolver bien por mal, y bendición por maldición. Además no hemos de amar solo de palabra, sino de hecho; debemos negarnos a nosotros mismos, y tomarnos ciertas molestias, y de ese modo ser amables y corteses: si alguien “te obliga a llevar carga por una milla, ve con él dos”. Tenemos que aguantar mucho y sufrir mucho, antes que hacer daño a otros, u ofenderlos. En todo debemos obrar desinteresadamente. Nunca debemos pensar: “¿Cómo se portan los demás conmigo?”, sino: “¿Qué querrá Cristo que yo haga?”.

Un concepto de conducta como este puede parecer, a primera vista, exorbitantemente alto. Pero nunca debemos conformarnos con uno más bajo. Tenemos que considerar los dos importantes argumentos con los que nuestro Señor refuerza esta parte de su instrucción. Son dignos de que les dediquemos nuestra atención.

Por un lado, si no es nuestro objetivo tener la actitud y el carácter que aquí se recomiendan, aún no somos hijos de Dios. ¿Qué hace nuestro “Padre que está en los cielos”? Es generoso con todos: envía lluvia tanto sobre los buenos como sobre los malos, y hace que “su sol” brille sobre todos sin distinción alguna. Un hijo debiera ser como su padre; ¿pero dónde está nuestro parecido a nuestro Padre celestial si no nos mostramos misericordiosos y amables con todo el mundo? ¿Dónde está la prueba de que somos criaturas nuevas, si nos falta amor? Lo que nos falta es algo esencial. Aún tenemos que “nacer de nuevo” (Juan 3.7).

Por otro lado, si no es nuestro objetivo tener la actitud y el carácter que el Señor nos recomienda, es evidente que aún somos del mundo. “¿Qué hacéis de más?”, es la solemne pregunta de nuestro Señor. Aun quienes no son religiosos pueden “amar a los que los aman”; pueden ser bondadosos y amables cuando los mueven sus afectos o intereses. Pero un cristiano debería ser impulsado por principios más altos que esos. ¿Retrocedemos ante la prueba? ¿Nos resulta imposible hacer bien a nuestros enemigos? Si es así, podemos estar seguros de que aún necesitamos convertirnos. Aún no hemos “recibido el Espíritu que proviene de Dios” (1 Corintios 2.12).

Ahora piensa en cómo Dios te ha hecho bien. Para aquellos de nosotros que le hemos entregado nuestras vidas a Cristo, antes éramos sus enemigos. Pero Él nos amaba aun siendo su enemigo. Ahora somos sus amigos porque le hemos entregado nuestra vida a Él. Recibimos a Cristo por fe y le permitimos que tomará control de nuestra vida. ¿Por qué? Por lo que Él hizo por nosotros. ¿Por qué nos perdono Él? Porque nos hizo bien. Él comenzó a hacernos bien cuando envió a Cristo y le permitió pagar el precio de nuestros pecados. Nos hizo bien al no juzgarnos inmediatamente después de pecar. Nos ha hecho bien en varias ocasiones a lo largo de nuestra vida. ¿Puedes recordar esas ocasiones? Por lo tanto, pidamos al Señor que nos muestre cómo esto nos ataña y cómo Él quiere que tratemos a ese enemigo que tenemos. El Señor nos mostrará cómo debemos hacer el bien a nuestros enemigos.

 

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