15 febrero 2020

La muerte de un bebé


Esta semana ha sido sin lugar a duda los días más duros que he vivido como capellán en el hospital. Estábamos haciendo la asistencia desde diciembre de una mamá y de su bebé, ingresado en espera de un trasplante. A no ser la mamá compatible con su hijo esta no podía ser donante, entonces la solución era esperar a que apareciese algún donante compatible con el bebé., pero este no llegaba y la situación se volvió complicada y difícil, si el órgano no llegaba rápido la vida del bebé corría peligro. 


Después de muchos problemas el miércoles el bebé falleció, y esas horas anteriores fueron muy duras y difíciles, no dejamos de orar y de confiar en Dios hasta el último momento, pero la situación era irreversible.

La muerte de un hijo deja una huella de dolor que por siempre estará gravada en el corazón de su madre y familia. Una parte de ellos se va junto a su hijo mientras que el futuro cambia para siempre… no sólo pierden su presencia física sino también todos los sueños, proyectos y expectativas que tenían en mente desde antes que naciera. La familia se cuestionan si la vida tendrá algún sentido mientras se preguntan: “¿Cómo voy a hacer para sobrevivir al dolor de su ausencia? El enojo se apodera de ellos como un huracán que desea arrasar con todo lo que encuentra a su paso, entonces Dios, los médicos, y todos a su alrededor nos convertimos en blanco de ataques por no poder haber evitado esta muerte.

Será presuntuoso por mi parte decirle a la mamá como debía manejar la muerte de su bebé, sin embargo, sí, sabemos que aquellos que tienen puesta su confianza en Dios son más aptos para recuperarse de una pérdida con un mayor sentido de normalidad que aquellos sin una fe genuina y positiva en Dios.
También es cierto que cada persona maneja el dolor de forma diferente. Las emociones varían ampliamente en su intensidad. Estas emociones son normales y naturales. En segundo lugar, ninguna madre se sana completamente de la pérdida de un niño. No es como una enfermedad de la que nos recuperamos. Muchos consejeros y pastores lo comparan a una herida física que cambia la vida. Sin embargo, también debemos saber que aunque siempre podemos sentir la pérdida, su intensidad disminuye con el tiempo.

Con esto cierto, ¿cómo manejan los padres cristianos la muerte de un niño? ¿Cómo podíamos consolar a esta mamá? ¿Cómo debería manejar esta mujer la muerte de su hijo? ¿Aborda la Biblia el tema, y en caso afirmativo, de qué manera?

Es la fe del cristiano en un Dios amoroso y fiel que nos permite resistir y recuperarnos de la pérdida de un hijo. Tal fue el caso de David en la pérdida de su primer hijo que murió siete días después del nacimiento (2 Samuel 12.18-19). En esta triste historia hay un par de lecciones valiosas que podemos aprender y que pueden ayudar a padres afligidos a afrontar el futuro con esperanza.

Lo primero que aprendemos de David fue su reacción a la muerte de su hijo. Al enterarse de que el niño había muerto, hubo una aceptación representada por sus acciones cuando "se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió" (2 Samuel 12.20). Lo sorprendente de este pasaje es que David "entró a la casa de Jehová y adoró". En otras palabras, David no sólo aceptó la muerte de su hijo, sino que se lo dio todo a Dios en adoración. La capacidad de adorar y honrar a Dios en tiempos de crisis o prueba es una poderosa demostración de nuestra confianza total en Dios. Hacerlo nos permite aceptar la realidad de nuestra pérdida. Y esto es cómo Dios nos libera para seguir viviendo. En esta historia, David nos enseña la forma de soltar lo que no podemos cambiar.

La siguiente lección es la más reveladora. Es la confianza en el conocimiento de que los niños que mueren antes de que lleguen a la edad de responsabilidad van al cielo. La respuesta de David a aquellos cuestionando su reacción a la muerte de su hijo siempre ha sido una gran fuente de consuelo para los padres creyentes que han perdido bebés y niños pequeños. "Más ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.” (2 Samuel 12.23). David estaba confiando plenamente en que se encontraría con su hijo en el cielo. Este pasaje es una poderosa indicación de que los bebés, que fallecen, irán al cielo.

Estoy convencido que la muerte de su bebé es una experiencia única en la vida de esta mujer, pero las respuestas esperanzadoras que nos da la Palabra de Dios, deben proporcionarnos consuelo y fortaleza en esos momentos difíciles y complicados por el fallecimiento de un ser querido.

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