Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por
sus amigos. (Juan 15.13) En este versículo Jesús relata cómo puedes echar mano
del verdadero amor. El amor verdadero es dar tu vida, tu propia voluntad, por
aquello que amas en este mundo. Estamos visitando a una familia en el hospital
donde dentro de pocos días van a hacer un trasplante a un bebé siendo el
portador del órgano su padre. Tuve el privilegio de hablar con el papá y él me decía
que no solamente una parte de él estaba dispuesto a dar a su hija sino su
propia vida. En una palabra estaba dispuesto a dar su vida por su hija. Precioso
y costoso ejemplo el de este hombre.
Esto me ayudó mucho a la hora de entender el sacrificio de
Jesús en la cruz por nosotros. Al igual que este hombre, con la salvedad de que
Jesús dio su vida no solo por un hombre sino por el mundo. (Juan 3.16)
El sacrificio de Jesús en la cruz fue costoso, sustitutivo y
una expiación por nuestros pecados. Este sacrificio costó el precio de la vida
de Dios mismo. Este sacrificio se hizo en nuestro lugar, porque Jesús murió por
los pecados de todos los que creen. Y este sacrificio fue una expiación por los
pecados, suficiente para pagar por los pecados de todo el mundo.
Nunca debemos acostumbrarnos a la ligera al hecho de que
Jesús murió por nuestros pecados. El sacrificio era un asunto serio, y más aún
el sacrificio del Hijo de Dios. Al reflexionar sobre esto, deberíamos
asombrarnos una vez más de la gracia de Dios.
Al igual que Dios ha previsto una persona, (en este caso a
su papá) para proveer vida a su hija, Dios
proveyó una manera, (a su hijo) para que seamos salvos cuando no podíamos ser
salvos.
Todo lo que podemos hacer es mirar maravillados y pensar:
“eso es lo que merecíamos, pero por la gracia de Dios Jesús lo recibió en mi
lugar”. Eso es increíble, y algo a lo que nunca deberíamos acostumbrarnos o dar
por sentado.
Toda la gloria y honra para Dios que nos provee lo que
necesitamos por el amor que nos tiene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario