Después de que Caín mató a Abel, Dios se acercó a él y le
hizo una pregunta: ¿Dónde está Abel tu hermano? Esta pregunta fue para darle la oportunidad de reflexionar y
arrepentirse. Sin embargo, Caín no lo hizo. Solo se puso a la defensiva, encubrió
su pecado, no mostró ni vergüenza ni dolor por su pecado por haber matado a su
propio hermano. Ante la falta de arrepentimiento, Dios pasó a explicarle el
castigo que recibiría. Este consistiría de dos partes: Por más que cultivara y
trabajara la tierra, no recibiría fruto. Caín era agricultor así que,
básicamente, estaba arruinado. Y vagaría por la tierra como un fugitivo
errante. No tendría ningún lugar al que llamar "hogar" donde ir a
descansar y renovar fuerzas. Esas fueron las consecuencias de encubrir el
pecado.
No tenemos idea de cuán profundamente dañino es el pecado no
confesado en nuestra vida. Pero tampoco podemos imaginar cuán poderosos y
sabios serán el perdón y la limpieza de Dios. Lo mejor que podemos hacer
llegando a este momento es correr hacia Dios, confesar nuestros pecados y pedir
su ayuda. Y cuando confesamos, Dios nos promete perdón, limpieza y renovación,
ya sea con pecados pequeños o con pecados enormes y catastróficos.
Si confesamos a Dios nuestros pecados, Él es fiel para
perdonarnos. Una y otra vez Dios ha prometido perdonar a todo pecador que se
arrepiente, (1 Juan 1.9). Debemos traer a Dios todos nuestros pecados. Incluso
aquellos de los que todavía te sonrojas al hablar en voz alta. Esos pecados que
no te sientes cómodo admitiendo ante nadie. Y también esos pecados que tal vez
parezcan tan pequeños que el mundo se reiría de la sola idea de confesarlos y
pedir perdón: “Perdóname, Señor, por preocuparme por eso”; o, “Perdóname por
sentir envidia cuando vi eso”.
La confesión de los pecados es más que un reconocimiento de
que he pecado, es un arrepentimiento
ante Dios por cada uno de mis fracasos, y
la confesión no es sólo pedir perdón sino tener la ayuda de Dios con mis
patéticas carencias, mi profunda rebeldía y mis inseguridades. Démonos cuenta el
hecho de que en 1 Juan 1.9 dice: que “toda” la injusticia que Dios puede y
quiere perdonarnos está en relación directa con los pecados que confesamos. Los
pecados que Dios promete perdonar son los pecados que le confesamos y buscamos
perdón y limpieza.
Nada menos que la confesión completa garantiza el perdón y
la limpieza completos. Al ver que este es el caso, ¿hay pecados en tu vida en
este momento sobre los que no tienes victoria precisamente porque todavía te
resistes a traerlos a Dios, confesarlos abiertamente y buscar la ayuda de Dios
con ellos? Hay todo el estímulo para confesar nuestros pecados. Y solo miseria
y derrota cuando no lo hacemos.
El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los
confiesa y se aparta alcanzará misericordia. (Proverbios 28.13)
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