No soy, por naturaleza, una persona que tenga mucha
confianza en sí misma, por eso he pasado gran parte de mi vida intentando pasar
desapercibido. Recuerdo que siendo muy joven y aún un poco más mayor me costaba
mucho en tratar de determinar el asiento en el aula que era menos llamativo y
que requería el menor contacto visual con los compañeros o con el conferenciante.
Hacia todo lo que pude para salirme de situaciones que me pondrían antes otros
compañeros. Evitaba toda situación que hiciera que la gente se fijara en mí. Y
continuó sin cesar en muchos de mi vida.
Eso fue entonces. Hoy en día, por lo general, puedo estar
frente a un grupo de personas y hacerlo con un grado de confianza bastante
significativo. Puedo pararme frente a muchas personas (lo cual en realidad es
bastante fácil) o frente a un pequeño grupo de personas (lo cual es mucho más
difícil) para hablar, predicar o responder preguntas.
¿Qué o quien marcó la diferencia? ¿Cómo gané ese tipo de
confianza? Estoy seguro de que la edad y la madurez ayudaron, pero hubo un
factor que marcó la diferencia que se eleva por encima de todos los demás:
decidí que cuando hablara lo haría con la autoridad de Dios, no con la mía.
Decidí que no me pondría de pie frente a la gente y compartiría mis propias
opiniones u otorgaría mi propia sabiduría. Más bien, basaría lo que dijera en
la Palabra de Dios. Al carecer de confianza en mí mismo, pondría mi confianza en
Dios, y es por eso que todo lo que hago y digo, y no solo los sermones, sino
también meros discursos o discursos de conferencias o simplemente una conversación lo baso siempre en un texto de las Sagradas Escrituras. Esto me da la confianza de que lo que
digo no es mío, sino de Dios. Me permite ganar confianza en que estoy sobre el
terreno más sólido, que estoy comunicando un mensaje consistente con la Palabra
de Dios y empoderado por el Espíritu de Dios.
Así es como animo a otros que también carecen de confianza
en sí mismos: Crezca en su conocimiento de la Palabra de Dios. Y habiendo
crecido en su conocimiento de esa Palabra, crezca en su habilidad para
comunicarla. Luego, cuando se le dé la oportunidad de presentarse ante la
gente, fundamenta su mensaje en la verdad eterna e inmutable de la Palabra de
Dios. Haz de la sabiduría de Dios tu sabiduría, da forma a tus palabras con sus
palabras, deja que su confianza sea tu confianza. Cuando sienta esas oleadas de
dudas en sí mismo, recuérdese que aunque no tiene nada que decir ni sabiduría
que ofrecer, ciertamente Dios sí lo tiene.
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