Esta semana aparecía en todos los medios digitales la
noticia de la muerte de René Robert, un fotógrafo francés que murió congelado
en una calle de París tras pasar nueve horas tirado en el suelo sin poder
moverse. Robert permaneció tirado en el suelo en una
calle transitada de París, ante la indiferencia de los transeúntes, que quizá
lo tomaron por una persona sin hogar. Fue una vagabunda, Fabienne, que vive cerca del lugar de
los hechos, quien detectó al hombre, de 84 años, y avisó a los servicios de
emergencia. Era demasiado tarde. Para ella, nada sorprendente: "Hasta te
pueden atacar, sacar a rastras, no hay nadie moviéndose. Nadie está ayudando a
nadie", reconoce Fabienne.
Es muy triste esta noticia, pero mis queridos amigos y
hermanos no son nada nuevo, esta ha salido a la luz quizás porque este hombre era
conocido, pero estos sucesos ocurren cada día en infinidad de ciudades del
mundo entero. Personas que mueren de hambre de frio, personas ignoradas por
tantos transeúntes que pasan por su lado. Seguro que esos transeúntes no sabían
quién era, claro. No sabían que ese hombre al que confundieron con un sintecho
borracho que se había caído era un famosísimo fotógrafo que había tropezado, o
se había desmayado. No sabían que ese hombre era un vecino de la zona al que
podía haberle salvado la vida de haber llamado a una ambulancia.
Todos pasaron sin mirar, porque a la pobreza, que
precisamente eso era lo que pensaban de este hombre no se la mira, se la ignora.
Permítame compartirle una historia, viene le libro del
evangelista Lucas: En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a
prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: Maestro, ¿Qué tengo que hacer para
heredar la vida eterna? Jesús replicó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la
interpretas tú? Como respuesta el hombre citó: «Ama al Señor tu Dios con todo
tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente» y: «Ama
a tu prójimo como a ti mismo». Bien
contestado le dijo Jesús. Haz eso y vivirás.
Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: ¿Y
quién es mi prójimo? Jesús respondió: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y
cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron,
dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote
quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar
un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba
de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se
acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó
sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día
siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. «Cuídemelo
le dijo, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva». ¿Cuál de
estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los
ladrones? El que se compadeció de él contestó
el experto en la ley. Anda entonces y haz
tú lo mismo concluyó Jesús (Lucas 10.25–37).
¿Cómo cristianos estamos haciendo lo mismo que el buen
samaritano? ¿Cómo cristianos habríamos pasado a su lado apartando la mirada,
como si no existiera? ¿Lo habríamos dejado allí tirado?
Esta historia del buen samaritano nos responde estas interrogantes: ¿Qué es el amor y quién es mi prójimo? Nos dice que el amor es
acción y que mi prójimo es todo aquel que necesite mi ayuda, ricos y pobres,
negros y blancos, altos y bajos. Ilustra la verdad fundamental de que no es
posible amar a Dios “con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, con todas nuestras
fuerzas y con toda nuestra mente” a menos que también amemos al “prójimo como a
nosotros mismo.” La Parábola del buen samaritano nos enseña a abandonar nuestra
preocupación por nosotros mismos y a estar atentos a las necesidades de los
demás, a compartir nuestro tiempo, talentos y tesoros con el prójimo. Este es
el significado del amor: devolver a Dios todos los dones que nos ha dado al
compartirlos por misericordia con el prójimo.
Escuchemos esta historia con una mente y un corazón abiertos
y nos dejemos pasar de imitar al buen samaritano en nuestra vida cotidiana por
amor a Dios y al prójimo.
“Haz eso y vivirás.”
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