El refrán “Poderoso caballero es don dinero” tiene algo de
cierto. El dinero permite adquirir muchas cosas necesarias para subsistir, comida, ropa; con él dinero pagamos el alquiler, compramos una casa o
compramos un coche. En fin el dinero es importante en esta sociedad. Pero el
dinero tiene sus limitaciones. El poeta noruego Arne Garborg escribió: “Puedes
comprar comida, pero no el apetito; puedes comprar medicinas, pero no la salud;
camas cómodas, pero no el sueño; libros, pero no la inteligencia; diversión,
pero no el placer; conocidos, pero no la verdadera amistad; sirvientes, pero no
la fidelidad, puedes comprar días tranquilos, pero no puedes comprar la paz”.
También el dinero es uno de los temas más mencionados en la
Biblia ¿Por qué? Una de las razones podría ser el hecho de que la forma en la
que manejamos nuestras finanzas van a ser un buen indicador de nuestro
verdadero carácter y de cuánto hemos permitido que Dios nos transforme en lo
profundo de nuestro ser.
La Biblia nos ensena que la raíz de todos los males es el
amor al dinero [1] Para poder entender porque el amor al dinero es perjudicial,
primero debemos tener claro que el dinero no es bueno o malo en sí mismo. Así
como una sierra o un cuchillo no son más que una herramienta y no son buenas ni
malas, sino que son las personas que utilizan las herramientas (o el dinero) lo
que determina si estas es algo bueno o malo. Cuando amamos al dinero
convertimos al dinero en nuestro amo, tanto así que podíamos robar, malversar,
mentir y hasta asesinar para obtenerlo.
Un buen ejemplo lo tenemos en la historia que nos relata el
evangelio de Lucas [2] Se sabe que los Sumos Sacerdotes que andaban buscando
cómo desaparecer a Jesús y los jefes de la guardia quedaron en darle dinero a Judas
por entregar al Maestro y Judas aceptó y buscaba la oportunidad para entregarle
sin que la gente se diera cuenta.
Esta historia nos enseña, que el amor al dinero es uno de
los mayores peligros para el alma de un hombre. No es posible imaginar una prueba
más clara de esto que el caso de Judas. Esa despreciable pregunta “¿Qué me
queréis dar?” [3] revela el pecado secreto que fue su perdición. Había dejado
muchas cosas por Cristo, pero no su amor al dinero.
Judas Iscariote tuvo los mayores privilegios. Fue escogido
como apóstol y compañero de Cristo; fue testigo de los milagros de nuestro
Señor, y escuchó sus sermones; vio lo que Abraham y Moisés no vieron, y oyó lo
que David e Isaías no oyeron; vivió en la compañía de los once apóstoles; fue
un colaborador de Pedro, Santiago y Juan; pero aun con todo esto, se aferró a un pecado que le era especialmente deleitoso, su amor
al dinero le condeno.
La historia de la Iglesia está repleta de ejemplos de esta
verdad. Por dinero, José fue vendido por sus hermanos, por dinero, Sansón fue
entregado a los filisteos, por dinero, Giezi engañó a Naamán y le mintió a
Eliseo, por dinero, Ananías y Safira intentaron engañar a Pedro, por dinero, el
Hijo de Dios fue entregado en manos de hombres impíos. Parece ciertamente
asombroso que se pueda desear tanto el dinero siendo la causa de tanto mal.
Guardémonos todos del amor al dinero. Tal amor abunda
en el mundo de hoy; que es una peste muy extendida. Cualquiera puede ser víctima
del contagio, desde el menor hasta el mayor. Es posible amar el dinero sin
tenerlo, igual que se puede tener dinero y no amarlo: es un mal que actúa de
forma engañosa, y nos lleva cautivos antes de que podamos darnos cuenta de que
nos ha encadenado. Si se le permite tomar el mando siquiera un momento,
endurecerá, paralizará, cauterizará, congelará, secará y marchitará nuestras
almas. Fue la causa de la caída de un apóstol de Cristo; asegurémonos de que no
lo es de la nuestra. Una grieta puede hundir un barco; un pecado puede ser la
perdición de un alma.
Deberíamos recordar con frecuencia esas solemnes palabras:
“¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”;
“Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” [4]. Esta debiera
ser nuestra oración diaria: “No me des pobreza ni riquezas; manténme del pan
necesario” (Proverbios 30.8).
[1].- 1 Timoteo 6.10
[2].- Lucas 22.5-6
[3].- Mateo 26.15
[4].- Mateo 16.26
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