Hay actitudes que separan con la misma distancia que un frío
océano. No importa que sea ese familiar con el que convivimos, no importa que
sea ese compañero de trabajo que vemos a diario, o ese hermano que se sienta
cada domingo a nuestro lado en la iglesia. Puede ser cualquier persona que se
cree con derecho a imponer sus esquemas rígidos, sus pensamientos inflexibles y
sus tajantes valores, levantando murallas, cercos y trampas que enturbian
seriamente muchos de nuestras relaciones.
Sin lugar a dudas hay cosas que separan a las personas, y no
solamente a las personas, sino a pueblos. Existen muros que nos impiden
interactuar los unos con los otros. Hay muros raciales, culturales, religiosos,
económicos, políticos y hasta deportivos.
Pablo dirigiéndose a la iglesia de Galacia, (Gálatas 3.28) se
enfocó en las distinciones bien definidas que existían en el interior de la
sociedad en que vivía, las cuales establecían líneas divisorias claras y
barreras infranqueables de separación entre las personas. La esencia de tales
distinciones era la idea de que algunas personas, a saber, los hombres judíos
libres, eran mejores, más valiosos y más importantes que todos los demás seres
humanos.
El Señor por medio de Pablo rompe toda barrera, todo muro,
toda idea que sea motivo de división y motivo de discusión, rompe la barrera
racial, Judío/Griego; social, esclavo/libre; sexual, varón/mujer, y nos da la grata respuesta a esos muros
impuestos por lo hombres para ser todos iguales: “pues todos sois hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús”. (Gálatas 3.26). El evangelio destruye esa manera de pensar basada en el
orgullo. La persona que se hace uno con Cristo también se hace uno con todos
los demás creyentes, no existiendo distinciones entre aquellos que pertenecen a
Cristo, y es que solamente por fe en Cristo Jesús se puede alcanzar la
verdadera unidad, una fraternidad que nos permita vivir en armonía, pese a
nuestras diferencias, porque las tenemos, pero no pasa nada, podemos amarnos y
respetarnos teniendo en cuenta nuestras diferencias.
En consecuencia, los prejuicios basados en raza, posición
social, sexo o cualquier otra diferencia superficial y temporal no tienen lugar
alguno en la comunión de la iglesia de Cristo. Todos los creyentes sin
excepción son uno en Cristo Jesús.
Tenemos que tener en cuenta todas estas cosas, porque la
gente va a saber que somos discípulos de Cristo en que nos amemos los unos a
los otros. (Juan 13.35)
¿Acaso habrá un cielo diferente para los blancos, otro para los
hispanos, otro para los morenos? ¡No! Hay un sólo Dios y Creador de todos los
seres humanos, y Él nos hizo en diferentes colores, en diferentes países, en
diferentes culturas porque vio a bien la diversidad. Y hay solamente un cielo
para todos aquellos que son de Cristo.
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