04 mayo 2019

Verdaderamente ¿Somos Sal del mundo?


Hay muchas cosas que se me hacen inevitable pensar en ellas, preguntas y más preguntas que dan vueltas y vueltas en mi interior, y que no encuentro solución a ellas. Me consta que hay muchos cristianos que trabajan en la ayuda social para los menos favorecidos, (Ministerios que ayudan a personas  en situación de desamparo, hombres y mujeres que van a los hospitales, a las prisiones, a los asilos de ancianos, a centros de rehabilitación, de internamientos de extranjeros etc.). Solo que, en mi modesta opinión, no son la mayoría, ni dicha práctica se incentiva lo suficiente desde los púlpitos de nuestras iglesias. Por lo menos, no con el mismo énfasis con que se incentivan otros ministerios. Pero, señores, el énfasis que se pone en otros ministerios, se debería poner también en ayudar a los más necesitados, tanto en las calles, prisiones y hospitales y de cualquier otro sitio donde haya necesidad.


Yo sé que es mucho imaginar, pero imaginémonos si una parte de los recursos de la iglesia (materiales y humanos) se dedicaran a la ayuda del necesitado. ¿No generaríamos el impacto en la sociedad que tanto buscamos? ¿No se exaltaría el nombre de Dios de mejor manera?

¿Qué pasaría si en cada hospital, prisión, en cada ONG, en los comedores sociales, en cada organización solidaria estuviesen participando cristianos sirviendo desinteresadamente al prójimo?

¿No seríamos de manera más efectiva “Sal” y “Luz”?

Repito: conozco casos y honrosas excepciones, pero lamentablemente debo admitir que no es la norma. La mayoría de cristianos viven encerrados en una rutina eclesiástica: “casa, célula, culto, evento cristiano, amigos cristianos“… Entonces: ¿Dónde somos luz? ¿Dónde somos sal? ¿En nuestra casa? ¿En nuestra iglesia? ¿Con nuestros hermanos de la iglesia?

La clave es el Amor por nuestro prójimo (Juan 13.34). Tenemos que amar (con hechos y no con palabras) a la sociedad y al mundo que queremos rescatar y que tanto necesita amor. Tenemos que involucrarnos, mezclarnos, volvernos parte del asunto. Debemos perderle el miedo a salir allí donde nos necesiten, salir de las cuatro paredes de la iglesia. Abandonar nuestras sillas de “jueces” (porque es algo habituar juzgar y condenar sin conocer el problema) y ponernos la camiseta de “ayudadores”. Angustiarnos más, conmovernos, actuar, reír con los que ríen y llorar con los que lloran, que son muchos, demasiados como para que estemos tranquilos encerrados cómodamente en nuestro mundillo “yendo de victoria en victoria”.

En el tiempo en que Jesús enseñaba a sus discípulos la ciencia no estaba desarrollada para explicar las cosas como podemos hacerlo ahora. Sin embargo muchos hoy desconocen que en esa época entre los griegos, los hebreos o los árabes, la sal era símbolo de amistad, hospitalidad y fraternidad.

Entonces si verdaderamente somos “Sal de la Tierra” salgamos de nuestra comodidad, y llevemos a todos aquellos que lo necesiten esa Sal, (amistad, hospitalidad y fraternidad), que tanta falta hace hoy en día a la humanidad. Es correcto orar por un amigo o hacer partícipe a los hermano de la iglesia, pero no podemos limitarnos a estas cosas. Debemos estar dispuestos a demostrar nuestra fe de una manera práctica. 

Recordemos las palabras de Santiago: Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (Santiago 2.14-17)



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