Hay muchas cosas que se me hacen inevitable pensar en ellas,
preguntas y más preguntas que dan vueltas y vueltas en mi interior, y que no
encuentro solución a ellas. Me consta que hay muchos cristianos que trabajan en
la ayuda social para los menos favorecidos, (Ministerios que ayudan a personas en situación de desamparo, hombres y mujeres
que van a los hospitales, a las prisiones, a los asilos de ancianos, a centros
de rehabilitación, de internamientos de extranjeros etc.). Solo que, en mi modesta
opinión, no son la mayoría, ni dicha práctica se incentiva lo suficiente desde
los púlpitos de nuestras iglesias. Por lo menos, no con el mismo énfasis con que
se incentivan otros ministerios. Pero, señores, el énfasis que se pone en otros
ministerios, se debería poner también en ayudar a los más necesitados, tanto en
las calles, prisiones y hospitales y de cualquier otro sitio donde haya
necesidad.
Yo sé que es mucho imaginar, pero imaginémonos si una parte
de los recursos de la iglesia (materiales y humanos) se dedicaran a la ayuda
del necesitado. ¿No generaríamos el impacto en la sociedad que tanto buscamos?
¿No se exaltaría el nombre de Dios de mejor manera?
¿Qué pasaría si en cada hospital, prisión, en cada ONG, en los
comedores sociales, en cada organización solidaria estuviesen participando
cristianos sirviendo desinteresadamente al prójimo?
¿No seríamos de manera más efectiva “Sal” y “Luz”?
Repito: conozco casos y honrosas excepciones, pero
lamentablemente debo admitir que no es la norma. La mayoría de cristianos viven
encerrados en una rutina eclesiástica: “casa, célula, culto, evento cristiano,
amigos cristianos“… Entonces: ¿Dónde somos luz? ¿Dónde somos sal? ¿En nuestra
casa? ¿En nuestra iglesia? ¿Con nuestros hermanos de la iglesia?
La clave es el Amor por nuestro prójimo (Juan 13.34).
Tenemos que amar (con hechos y no con palabras) a la sociedad y al mundo que
queremos rescatar y que tanto necesita amor. Tenemos que involucrarnos,
mezclarnos, volvernos parte del asunto. Debemos perderle el miedo a salir allí
donde nos necesiten, salir de las cuatro paredes de la iglesia. Abandonar
nuestras sillas de “jueces” (porque es algo habituar juzgar y condenar sin
conocer el problema) y ponernos la camiseta de “ayudadores”. Angustiarnos más,
conmovernos, actuar, reír con los que ríen y llorar con los que lloran, que son
muchos, demasiados como para que estemos tranquilos encerrados cómodamente en
nuestro mundillo “yendo de victoria en victoria”.
En el tiempo en que Jesús
enseñaba a sus discípulos la ciencia no estaba desarrollada para explicar las
cosas como podemos hacerlo ahora. Sin embargo muchos hoy desconocen que en esa
época entre los griegos, los hebreos o los árabes, la sal era símbolo de
amistad, hospitalidad y fraternidad.
Entonces si verdaderamente somos “Sal de la Tierra” salgamos
de nuestra comodidad, y llevemos a todos aquellos que lo necesiten esa Sal, (amistad,
hospitalidad y fraternidad), que tanta falta hace hoy en día a la humanidad. Es
correcto orar por un amigo o hacer partícipe a los hermano de la iglesia, pero
no podemos limitarnos a estas cosas. Debemos estar dispuestos a demostrar
nuestra fe de una manera práctica.
Recordemos las palabras de Santiago: Hermanos
míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá
la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen
necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en
paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el
cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en
sí misma. (Santiago 2.14-17)
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