Si nos pusiéramos a contar las palabras “amén” que decimos
en la iglesia o en los comentarios de las redes sociales sería interminables. Lo
que sí es verdad es que la palabra amén se ha convertido en una tradición
evangélica más, vemos las publicaciones de hermanos en las redes sociales y le
colocamos un amén, o en la iglesia, el pastor dice: “¡Jesús es el Señor!”
Nosotros: “¡Amén!” El pastor: “¡El Señor nos ha salvado por su infinita
gracia!” Nosotros: “¡Amén!” El pastor: “¡Gloria a Dios en las alturas!”
Nosotros: “¡Amén!” Pero hay también algunas situaciones que nuestro amén no es
tan correcto. ¿Por qué? Porque hay veces que decimos amén por costumbre, por
tradición, porque parecemos más espirituales, sin saber si es correcto o incorrecto.
Desafortunadamente esto ocurre infinidad de veces, vemos algo atractivo a los
ojos, alguna frase motivadora, algún versículo sacado de contexto, y lo
apoyamos con nuestro amen, y desafortunadamente ocurre muchas veces.
Pero ¿Sabemos qué significa?
Amén
es una palabra de origen hebreo que suele traducirse como «así sea», con un
sentido aprobatorio, o «así es», como símbolo de reafirmación (por ejemplo, de
la fe). Empleada en el judaísmo, posteriormente también fue adoptada por el
cristianismo y después por el islam. O sea que podríamos deducir que la palabra:
“Amén quiere decir: esto es verdadero y cierto”. Es decir, si digo amén a
alguna afirmación, significa que estoy aseverando que aquella aserción es
verdadera y cierta. Por lo tanto, si algo no es verdadero ni cierto no puedo
responder diciendo amén.
Pero no es tan simple, debemos estar conscientes de lo que
estamos diciendo cuando la repetimos tanto. Decir Amén implica un gran
compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que estamos
de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le
vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza.
No es que me esté fijando en los fallos de los demás, pero
si es cierto que en algunos cultos el predicador habla de algún ejemplo que no
es bíblico sencillamente para ilustrar una enseñanza y les sueltan unos amenes,
que hasta el mismo predicador se queda desconcertado. Y ya no digamos en las
publicaciones de las redes sociales.
En ambos casos, he visto que usamos el amén muy a la ligera
sin realmente procesar bien lo que se está diciendo desde el púlpito, o en las
redes sociales. No tengo nada en contra de decir amén. Pero si abusamos del
amén sin saber verdaderamente porque lo decimos se convierte en otra “vana
repetición” más, que caracteriza la “palabrería” de los que no conocen a Dios
(Mateo 6:7). “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que
piensan que por su palabrería serán oídos”.
Con todo, hermanos, os animo a usar el amén de forma sensata
y madura. No digáis amén porque el pastor haya levantado la voz, o porque
queráis agradar al hermano por el post en las redes sociales. Decid amén porque
en ambos casos se está hablando según la bendita, inspirada, infalible,
inerrante Palabra de Dios.
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