Si hiciéramos una encuesta entre los hermanos de la iglesia
sobre su estado, físico, emocional y
mental un 99,99 % nos contestarían que muy bien, con el añadido de “Gracias a
Dios”. No quiero decir que esto no sea verdad,
pero es que… hay veces que no es así y da la sensación de que parece que nos de
vergüenza reconocer que estamos mal, que tenemos problemas.
Me doy cuenta de
que a muchos hermanos les gusta fingir que nunca están mal, es como si estar triste
fuera pecado, o fuera un cristiano de segunda categoría, pero la realidad es
que la tristeza, las preocupaciones y los días malos entre los cristianos existen.
Cada vez que testificamos o compartimos del momento que
estamos viviendo todo suena demasiado triunfalistas. Testificamos de la
victoria, de la alegría, pero somos incapaces de decir públicamente que muchas
veces la alegría en esta vida se mezcla con el dolor. Que muchas veces experimentamos
la libertad, pero también sentimos el aguijón de nuestras preocupaciones,
problemas y porque no de nuestros propio pecado.
Nunca oí un testimonio que me hiciera estremecer más. Para
este muchacho hubiera sido más fácil no testificar, pero él salió y dijo:
“Estoy mal, me encuentro fatal, pero sigo confiando en Dios” Experimentamos la
grandeza del mundo que Dios hizo y la belleza de su redención a través de
Jesucristo, pero también luchamos con increíble dolor y tristeza.
Gracias a Dios, cuando recurrimos a las Sagradas Escrituras,
encontramos recursos valiosos para ayudarnos en los momentos de dificultad y
dolor. Nos muestran cómo llorar en nuestro dolor y cómo mirar a Dios con
esperanza. En el salmo 88 nos encontramos con un hombres que no sabe qué hacer
con la oscuridad, la tristeza y la desesperación que le rodea. Parece estar en
una situación imposible, pero sus gritos nos muestran lo que necesitamos saber
para poder atravesar los momentos difíciles con verdadera esperanza.
El testimonio del salmista, es obvio se encuentra en un
profundo dolor. En lugar de endulzar su situación y alardear de que todo está
bien, le habla a Dios con una honestidad impresionante. Dice que su alma está hastiada
de males, (VS-3) refiriéndose constantemente al pozo en el que se encuentra y
quejándose de que no tiene fuerzas. Se lamenta de que la oscuridad sea su única
compañera (VS-6) porque sus amigos lo han abandonado (VS-8) Y lo peor de todo,
él cree que Dios lo ha expulsado y que se ha unido a aquellos a quienes Dios no
recuerda más. (VS-10) Todo el salmo reconoce la realidad de su dolor.
No ganamos absolutamente nada ocultando nuestro dolor. Una
de las mejores armas de nuestro enemigo es el autoengaño. Nos convencerá de que
no seamos honestos con nosotros mismos sobre la profundidad de nuestro dolor. Pero
si no somos capaces de reconocer nuestro malestar delante de Dios y con
nosotros mismos, entonces no hay manera de poder buscar solución a nuestra
situación.
El primer paso para ver el triunfo sobre tu dolor es reconocer
nuestro malestar, no por eso somos más débiles, ni peores cristianos.
El segundo paso es clamar a Dios en oración. Un rayo de esperanza
para las aflicciones del salmista, es que él confía en Dios, y que no deja de
orar. Ora al “Dios de su salvación”, dijo: Clamo día y noche ante ti (VS-1)
También dijo: Pero yo, Señor, a ti he clamado te llamo, y de mañana se
presentara delante de ti. (VS-13).
No pasa nada cuando pasemos por momentos de tristeza, de
desaliento, de desánimo, pero cuando
esto suceda, debemos recordar las palabras de Jesús: Venid a mí los cansados y
cargador y yo os hare descansar (Mateo 11.28) Él nos invita a traerle nuestro
dolor y ansiedades sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros, (1Pedro 5.7)
El Señor nos dice que si estamos preocupados, agobiados o estresados vallamos a Él en toda oración y ruego, y el
Dios de paz guardara nuestros corazones (Filipenses 4.6-7).
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