En matemáticas, al momento de sumar o multiplicar, podemos
aplicar la propiedad conmutativa, según la cual el orden de los sumandos o de los
factores no altera el resultado final. En la vida cotidiana, también hay
acciones que dan el mismo resultado independientemente de cuál se lleve a cabo
primero; así, al levantarme me baño y me cepillo los dientes o me cepillo los
dientes y me baño, da lo mismo el orden en que las haga, el objetivo es asearme.
Pero en la vida espiritual las cosas no
son así, cuando cambiamos el orden de los factores se modifica sustancialmente
el resultado.
Y diréis, ¿y eso que tiene que ver con la vida espiritual? Pues
sencillamente que muchas, yo diría muchisiiimaaasss veces queremos que las
personas obedezcan a Dios, sin haber conocido a Dios, cambiamos el orden
establecido, y lo único que se logra es cerrar todos los accesos a Dios, porque
le obligamos a las personas a cumplir una serie de normas ante que conocer a
Dios.
En el evangelio de San Marcos en el capítulo 7 encontramos allí una serie de tradiciones que
los fariseos y saduceos habían levantado y que lo único que hacían era impedir
que los hombres pudiesen acercarse libremente a Dios. ¿Qué es lo que enseñaban
ellos? Que no se podía comer pan con las manos no lavadas; que había que
apegarse a la tradición de los ancianos antes que al mandamiento de Dios, etc.
Ellos ataban sobre los hombres cargas pesadas que ellos mismos ni con un dedo
querían mover. Así, lo único que lograban era poner trabas a los demás el
acceso a Dios. Los judaizantes, en tiempos de los apóstoles, decían a los
discípulos: “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser
salvos” (Hechos 15:1). Así, el camino de Dios, que es recto, era torcido por
ellos.
¡Cuántas cosas similares hay hoy día entre los cristianos!
¡Cuántos mandatos de hombres impiden mirar al Señor y conocer la salvación de
Dios! Con ellas, lo único que se consigue es cerrar el camino a las personas
que tienen inquietud de conocer al Señor. Muchos no se acercan por temor a no poder cumplir esas tradiciones
y leyes. “Yo no puedo seguir el evangelio porque allí no aceptan que uno fume, o
que vaya al cine, o ver un partido de
futbol, Poniendo las reglas antes que el
anuncio glorioso del evangelio, lo único que se logra es torcer el camino de Dios.
¿Por qué no atraerlos primero a las personas con la palabra del evangelio, sencilla,
clara y después, cuando ellos se
conviertan, cuando hayan obedecido a la fe, guiarles por el camino de la
santidad? Los hombres han puesto requisitos que impiden a los hombres llegar a conocer
a Dios. Esos requisitos han convertido el evangelio en un camino tortuoso, obra
de hombres, no de Dios.
El orden de factores impide que las personas conozca a Dios,
y cuando se cambia lo único que se logra es cansar a las personas, agobiarlas y
los más importante a rechazar el Evangelio. Si de algo puede servir mi
testimonio os diré que cuando me predicaron el evangelio, tenía muchas dudas en
cuanto si iba a ser capaz de dejar muchas de las cosas que tenía arraigadas en
mi vida. Nadie me dijo que lo tenía que dejar o rechazar simplemente me dijeron,
acepta a Dios como Señor y Salvador de tu vida, y todas esas cosas, Dios ya se
encargara de hacértelas olvidar. Puedo decirte, que todas esas cosas que para
mí eran imposible dejarlas, no solamente me olvide de ellas sino las di como perdidas
por amor de Cristo. (Filipenses 3.7)
En matemáticas el orden de factores no altera el producto,
en el tema espiritual querer que las personas amen a Dios y cumplan todos sus
mandamientos, sin haber conocido a Dios altera el producto (a las personas), y
lo único que logramos es que rechacen el evangelio, y que no encuentren el
camino correcto de Dios.
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