Jesús acaba de dar el Sermón del Monte. La gente queda admirada
de su enseñanza. Él comienza a caminar, y grandes multitudes lo siguen.
Entonces sucedió. Mientras Jesús caminaba con multitud de perdonas a su alrededor, de
repente, esta se separó y se le acercó un leproso dando voces de
desesperación, “Señor si quieres puedes limpiarme” (Mateo 8.1-4).
Si tenemos en cuenta las condiciones de vida que tenía que
soportar los leprosos: vagar por lugares solitarios harapiento y despeinado
gritando: “Impuro, impuro” y que su morada tenía que estar fuera de lugares
habitados (Levítico 13.45-46), podemos entender que tal vez alguno de entre la
multitud pudiera comenzar a expresar lo que había en la mente de muchos: “¿Qué
está él
haciendo aquí?, “Alejarse del
Maestro” “Vuelve a donde pertenecen los leprosos, en las afueras de la ciudad!”
Pero fue demasiado tarde. El hombre que se suponía que no podía
estar cerca de los demás, el hombre que
nadie debía tocar, estaba arrodillado frente a Jesús. No tenía nada que perder
y sabía que Jesús era su única esperanza: "Señor, si quieres, puedes
limpiarme".
Entonces sucedió lo impensable. Jesús lo tocó, Jesús le
habló, Jesús lo sanó, y al instante quedó limpio de su lepra. (Mateo 8.3).
Jesús nunca rechazó ni rechaza a una persona que venga a él
destrozada, herida y considerada "inútil" por la sociedad y las
personas religiosas. De hecho, ÉL reunía a estas personas a su alrededor. Recuerdas,
leprosos, prostitutas, ciegos, paralíticos, poseídos. Jesús no los rechazo,
sino que los sanó, paso tiempo con ellos, los perdono y los puso a su servicio.
A Jesús le encantan las cañas magulladas y las mechas
humeantes. (Mateo 12.20). Las cañas magulladas pueden parecer inútiles. Las
mechas humeantes pueden hacer mucho humo y dar poca luz. Sin embargo, ¿desde
cuándo Dios nos ama según lo que podemos ofrecerle? El apóstol Pablo hace todo
lo posible para asegurarse de que los corintios, y nosotros, comprendamos que
solo por la gracia de Dios estamos en Cristo, no por nuestra propia sabiduría,
estado o grandes cosas que hemos hecho (1 Corintios 1. 26-31).
Dios no desprecia nunca un corazón dolido y quebrantado... "el que
viene a él, él no le echa fuera. (Juan 6.37)
La invitación está ahí, para que la tomemos... o para que la
rechacemos.
Cuando la tomamos, suceden dos cosas. La primera es que
entra en nuestra vida una nueva satisfacción. El corazón humano encuentra lo
que estaba buscando, y la vida deja de ser un mero vegetar para ser algo lleno
a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es que tenemos seguridad hasta más
allá de la muerte. Aun el último día, cuando todo termine, estaremos a salvo.
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