En estos últimos años la palabra que más se ha usado, que
más veces se ha pronunciado, que más veces nos ha afectado, es la palabra
crisis. La hemos oído hablar a los gobiernos, a los políticos, en la
televisión, radios, periódicos, redes sociales. Se ha mezclado en nuestras
vidas como si de una planta trepadora y envolvente se tratase, como si quisiese
formar parte de nuestra diaria existencia, con una enfermiza obsesión por
entumecer nuestros movimientos, nuestras fuerzas, nuestro optimismo para
avanzar en esta vida que nos ha tocado recorre. Pero no solamente hay crisis
financiera, hay también otros tipos de crisis: crisis de gobierno, crisis de
valores o moral, crisis matrimonial o de pareja, crisis de autoridad, crisis de
ansiedad, crisis religiosa, crisis, crisis, crisis…
Seguro que aunque sea indirectamente, algunas de estas
crisis nos han afectado de una manera o de otra. Una crisis de gobierno afecta
a la estabilidad del país y por tanto nos afecta. La crisis de valores afecta a
nuestro vivir diario, a la relación con nuestros conciudadanos, a la educación
de nuestros hijos… Y no digamos una crisis de pareja, que afecta directamente a
la familia, o de ansiedad que afecta directamente a nuestra salud.
Pero, como cristianos hay una crisis que quizás no la
notamos o no queremos darnos cuenta, pero que puede, y de por sí ya está
afectando a muchos creyentes, y es la crisis de la predicación de la verdadera,
de la genuina Palabra de Dios en nuestras iglesias, con todos los problemas que
esto conlleva, y esta falta de predicación de la verdadera palabra de Dios, está
causando verdaderos estragos en el crecimiento espiritual de los creyentes.
¿Pero cuál es el verdadero problema de esta crisis? ¿Por qué
ha sucedido esto?
Permitirme sugerir que la raíz de esta crisis la podemos
encontrar en dos lugares, aunque seguro que habría algunos más.
1.- Por un lado hay muchos pastores y predicadores que
predican bajo un manto de “protección”, es decir, su intención es proteger los
sentimientos de las personas de las duras verdades de la Biblia, de la cruda
realidad del pecado, y de sus terribles consecuencias. Esto impulsa a muchos
predicadores a ser selectivos con lo que predican y entonces las promesas del
amor, de la gracia y de la misericordia
es resaltada pero la santidad de Dios, el arrepentimiento de nuestros pecados, la
exhortación a que vivamos una vida santa, que estemos comprometidos a honrar y
obedecer la Palabra de Dios, que tengamos un amor sacrificial y todos estos
“asuntos incómodos” son escondidos debajo de la alfombra. El resultado es una crisis
en el crecimiento de la iglesia, un cristianismo superficial, y dando como
resultado una ignorancia total de las Sagradas Escrituras. Con cientos de
“Cristianos” que aún no han sido salvos y que llegan a la iglesia cada domingo
pensando que el trabajo de Dios es olvidar y perdonar y que todo lo que ellos
tienen que hacer es ir a la iglesia y sentarse a escuchar a un hombre que da
consejos para asuntos prácticos, lleno de historias y de chistes y con un poco
de psicología. La Biblia pocas veces es leída y en muchas ocasiones ni siquiera
se menciona.
2.- La segunda parte del problema es la falta del verdadero estudio
de la Palabra de Dios. Muchos predicadores realmente quieren honrar a Dios y
ser expositores fieles de su Palabra pero no saben cómo hacerlo. He conocido a
muchos predicadores que están en el ministerio y que nunca han leído, ni una
sola vez, su Biblia completa. Fueron enseñados a encontrar en las concordancias
los versículos que sustenten lo que ellos quieren decir y hacer así toda su
predicación. A muchos de estos queridos hermanos se les arrojó o se pusieron en
el ministerio teniendo que “resolver” por ellos mismos y sin un claro
entendimiento de las Escrituras de qué se trata todo esto, dando como
resultando falsas doctrinas y herejías terribles.
Si somos honestos, y queremos acabar con esta crisis,
debemos regresar a las Sagradas Escrituras. Debemos hacer lo que hizo Esdras,
estudiar y cumplir la Palabra de Dios antes de empezar a enseñarla. Enseñar no
de nuestras experiencias ni de nuestros pensamientos o ideas, sino de la
Palabra de Dios. Abundar en las riquezas de su Palabra, construir los puentes
que conecten la Palabra de Dios con la congregación y simplemente predicar a
Cristo y a Cristo crucificado. (1 Corintios 2.1-4)
Cuando prediquemos la Palabra de Dios, que seamos capaces de
presentarnos ante el Señor como obreros aprobados que predicaron correctamente
la Palabra de Dios. Que podamos decir como el apóstol Pablo dijo: No rehusé
predicar todo el consejo de Dios. Tenemos que hacer lo que Dios nos mandó: Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a
los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra (2
Timoteo 4.1-2).
Buena la reflexión, como siempre. Si tuviera que aconsejar algún cambio sería que prefiero la versión Reina Valera, mucho más entendible y fiel al original.
ResponderEliminarComo está escrito: Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido. 1Timoteo 4.6.
Pues, concuerdo que haya una crisis de la predicación pero noto más, que la causa de esa crisis no se trata de solamente en la falta de lectura diaria sino que hay un mal que es peor.
ResponderEliminarMe refiero a la apología que usan muchos para defender lo que creen, parten de sus dogmas a buscar apoyo a lo que creen y en verdad si hallan a simple vista apoyo para sus dogmas, yo he sido testigo de como los usan engañando a muchos.
La Iglesia católica es una de ellas que ahora se han levantado con todo por todas las partes del mundo para arrastrar a quienes han salido del catolicismo y le estan haciendo volver a muchos, en manos de 2 apologistas llamados Luis toro y Rafael díaz, ya muchos evangélicos se han vuelto al catocismo porque no pueden en sus debates.
Quiera Dios que haya más obreros a su servicio para no dejarse arrastrar de estos males.