Doy por hecho que vivimos en un mundo de cambios. Es cierto,
el entorno que nos rodea cambia constantemente, vivimos en una época donde
vemos cambios que tiene lugar en muchas áreas incluyendo aspectos políticos, científicos,
tecnológicos y en donde las tecnologías cambian la forma en que nos comunicamos,
vivimos y actuamos.
Asumo todos esos cambios, porque entiendo que son buenos,
(aunque no siempre), para nuestro día a día, pero lo que no estoy dispuesto
aceptar es a la evolución del cristianismo. La Biblia nos enseña que Jesucristo
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13.8). No todo evoluciona o
cambia. Jesucristo es el mismo.
Hace ya, unos cuantos años, (28) que acepte a Cristo como
Señor y Salvador de mi vida, y si de algo me arrepiento es no haberlo hecho
antes. Para mí no fue muy complicado pues tenía que dar un cambio radical a mi
vida y el Señor me ofreció esa oportunidad pero también tuve el privilegio de
tener a mi alrededor personas que me ayudaron dándome todo, a cambio de nada.
Personas que no solo me abrieron su corazón sino también su casa, su ayuda, su compañía,
su empatía, y eso pequeños detalles tocaron mi corazón.
Estas personas me
enseñaron a amar a Dios y amar la Biblia, me enseñaron a orar y a buscar a Dios
con todo mi corazón. Pero no me dieron ninguna clase, ni nada parecido, me
enseñaron a través de su testimonio, de su andar diario, me enseñaron a ser
cristianos de todo corazón. Por otro lado conocí a predicadores, y cantantes
cristianos que ofrecían sus dones a los demás sin cobrar ningún fijo, y sin
exigir hoteles de cinco estrellas, se hospedaban en la casa del pastor, y claro
todos estos eventos eran gratis. Estábamos encantados que llegara los domingos
por la tarde para salir a las calles y parques y hacer campañas de evangelismo,
donde testificábamos del cambio que había hecho Dios en nuestra vida. En las
iglesias se predicaba la sana doctrina, se hablaba de arrepentimiento, de nacer
de nuevo, de cambiar de vida, y aunque entendíamos que el dinero era necesario,
para pagar alquileres, gastos de la iglesia, etc, no era lo más importante, lo
más importante era que las personas aceptaran y conocieran a Dios.
Todo esto lo aprendí y lo llevo en mi corazón, y me duele
ver ahora todo esto pero al revés, la gente te dice como tienes que hacer las
cosas, pero no te enseña a hacer las cosas. Cantantes y predicadores exigen
fijos y hoteles de gran lujo para ellos y sus acompañantes, las iglesias
organizan conciertos, seminarios, campamentos para ganar dinero, y lo que más
me duele es ver como tantos pastores-pedigüeños que están maltratando
económicamente a tantas personas.
Ya cambie de la manera de vivir un día y para mejor, aprendí
a vivir de una manera diferente, a honrar a mis padres, a compartir y amar a mi prójimo, y
sobre todo a amar a Dios con todo mi alma mi mete y mi corazón, y a tener las Sagradas
Escrituras como guía para mi andar diario. Son ya 28 años de felicidad, si con
problemas, luchas, pruebas, circunstancias adversas, pero aprendí a contentarme
cualquier que sea mi situación.
Puede que la sociedad cambie, que el mundo evolucione, que muchas
personas piensen que vamos hacia adelante con tantos cambios, pero Jesús y sus
enseñanzas son las mismas ayer hoy y por los siglos, por lo tanto, continuemos
los buenos ejemplos de quienes han invertido parte de ellos mismos en nosotros,
en la predicación del Evangelio, el servicio y la educación cristiana, porque a
pesar de que muchos “pastores y líderes” tienen mucho que ofrecer, debemos fijar
nuestros ojos en Cristo, (Hebreos 12.2), nuestro guía supremo. A diferencia de
los líderes humanos, El nunca cambiará. Cristo ha sido y será el mismo por
siempre.
En un mundo cambiante podemos confiar en nuestro Señor que no cambia.
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