Cuando nos referimos a la benignidad, muchas personas lo
relacionan con que uno tiene el carácter débil o que tiene falta de
convicciones. Y no tiene que ver nada con esto, más bien, es ser apacibles en
nuestro trato con los demás, es ser pacífico, gentil, sin rencores bondadoso y amables
con los demás. “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no
esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del
Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos” (Lucas 6.35).
La palabra benignidad está basada en la mentalidad que se
describe en Filipenses 2.3-4: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria;
antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él
mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de
los otros”.
Dios es benigno, no solo bueno, sino benigno, y no lo
demuestra activamente de varias maneras.
1.- Al enviar a Jesucristo a morir por nuestros pecados en
la Cruz del Calvario (Juan 3.16).
2.- A tener paciencia para que nos arrepintamos de nuestros
pecados y nos volvamos a Él (Romanos 2.4).
3.- Al no consumirnos o destruirnos por nuestros pecados (1
Timoteo 2.4)
4.- El hecho de que cada vez que pecamos nos da una salida a
través de la confesión y el arrepentimiento (1 Juan 1.9).
5.- Al habernos provisto junto con el perdón de pecados en
Cristo, con toda bendición espiritual (Efesios 1.3).
Pablo dirigiéndose a la iglesia de los tesalonicenses nos muestra
un ejemplo de benignidad, pudiendo exigirles basado en su autoridad como
apóstol, se presenta como un padre espiritual recordándolos su arduo trabajo a
favor de ellos y el buen ejemplo que les dio, para animarlos, consolarlos y
exhortarlos a llevar una vida santa. (1
Tesalonicenses 2.7-12).
La benignidad es el resultado de un corazón restaurado, y lamentablemente
por causa del pecado nuestro corazón es malo y desde el principio el hombre se desvió
de los caminos de Dios, (Génesis 6.5). Siendo así, difícilmente el hombre puede
ser benigno por el hecho de ser un ente egoísta, sin embargo, el Señor
transforma el corazón del cristiano por medio del poder del Espíritu Santo con
el fin de que produzca el fruto deseado, (Ezequiel 36.26-27).
Por tanto, si somos personas restauradas por el amor de Dios,
estamos obligados a desechar toda maldad y aspectos de nuestro carácter que
sean ofensivos para los demás, (Efesios 4.31), y debemos sustituirlos por
buenas virtudes que favorezcan nuestras relaciones con nuestro prójimo, (Efesios
4.32).
Dios nos ama y nos ha elegido para que formemos parte de su
pueblo. Por eso, debemos vivir como representantes de Cristo en la tierra: “Vestíos,
pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a
otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro. De la
manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. (Colosenses 3.12-13).
Como cristianos cada uno de nosotros necesitamos buscar la
forma de cómo desarrollar este fruto del Espíritu que nos ayudara a mantener la
unidad de la iglesia a través de la perfecta comunión de los unos con los
otros.
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