El primer fruto, que algunos consideran la fuente de la cual
brotan los demás, es el amor, ese tipo de amor que se sacrifica por la persona
amada, sin esperar nada a cambio. Este amor no es natural en el ser humano, solo
lo pueden manifestar aquellas personas que han nacido de nuevo al recibir a
Cristo como Señor y Salvador.
Este es el amor que motivó a Cristo Jesús a morir
por todos nosotros en la cruz del Calvario, (Juan 3.16) y eso a pesar de que
éramos sus enemigos, (Romanos 5.8).
En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados. (1 Juan 4.10). Hermanos, si Dios nos ha amado así, debemos
también nosotros amarnos unos a otros.
Cuando el Espíritu Santo controla la vida de un creyente,
ese creyente manifestará este tipo de amor en su diario vivir. Será una
capacidad de sacrificarse para beneficiar al prójimo aún a sabiendas que el
prójimo no merece ser amado. (Mateo 22.39). Si uno ama a alguien profundamente,
está dispuesto a darle amor a cualquier precio. Cuando predicamos el evangelio
a otros, nuestro amor debe de ser como el suyo, y estar dispuestos a renunciar
a nuestra comodidad y seguridad para que otros reciban el amor de Dios como
nosotros.
Hoy la gente vive confundida todavía con lo que es el amor.
El amor es la más grande de las cualidades humanas y es un atributo de Dios. Dice
en 1 Juan 4.8: "Dios es amor" no dice "Amar es Dios".
Nuestro mundo, con su visión trivial y egoísta del amor, ha tergiversado esas
palabras y ha contaminado nuestra comprensión del amor. El mundo piensa que
amor es lo que nos hace sentir bien, y está dispuesto a sacrificar principios
morales y los derechos de los demás a fin de obtener dicho amor. Pero en
realidad eso no es amor, sino todo lo contrario al amor; es egoísmo. Y Dios no
es esa clase de amor. El verdadero amor es como Dios: santo, justo y perfecto.
Pablo dirigiéndose a los corintios les explica como es el
verdadero amor, esta es la descripción que Dios hace del amor, y por lo tanto los
cristianos tenemos que hacer de éste nuestra meta:
El amor es sufrido.
El amor es benigno.
El amor no tiene envidia.
El amor no es jactancioso.
El amor no se
envanece.
El amor no hace nada indebido.
El amor no busca lo
suyo.
El amor no se irrita.
El amor no guarda rencor;
El amor no se goza de la injusticia.
El amor se goza de la verdad.
El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta.
Y el amor nunca deja de ser. (1 Corintios 13.4-8).
Lo primero que Dios quiere ver en nuestras vidas es el amor,
ya que todas las demás virtudes son el
resultado del amor. Solo podremos empezar a amar, cuando amemos a Dios
primeramente.
El amor de Dios sobrepasa todo conocimiento humano, y es
difícil para cualquiera de nosotros comprender cuán ancho, cuán largo, cuán
alto y cuán profundo es el amor de Dios por cada uno de nosotros (Efesios 3.17-19).
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