13 abril 2012

La sequía espiritual


La sequía es, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE) un “déficit de lluvia prolongado en una zona en la que suele llover que afecta de forma adversa a los seres vivos que viven en ella y a su actividad”. Trasladando esta definición a nuestra vida espiritual, podemos definir como sequia espiritual, cuando nuestra vida atraviesa un déficit de “agua” que nos afecta en nuestra salud y actividades espirituales.



Varios versículos bíblicos nos ilustran la vida cristiana como una vida abundante y fructífera. La biblia dice que el cristiano es «como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae» (Salmo 1.3). El mismo Señor Jesús, refiriéndose a sus seguidores, dijo: «El que cree en mí..., de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7.38). Todas estas citas nos dan a entender que la fe nos une a Dios en comunión. Y en esa comunión hallamos paz, gozo, esperanza, y fuerza. Cuando vivimos esta experiencia entendemos el significado espiritual del agua y damos gracias a Dios por sus efectos.
Pero no siempre vivimos nuestra comunión con Dios es lo que debiera ser. De vez en cuando (¿o con frecuencia?) pasamos por la experiencia de la sequía espiritual. 
Durante este tiempo, la garganta del cristiano se convierte en seco, y sus ojos se llenan de arena. Nuestra vida espiritual es opaca y sin vida. Hay una falta de alegría, entusiasmo y fervor. Canciones que una vez nos conmovieron hasta las lágrimas ya no  tocan nuestro corazón. Cuando abrimos la Biblia, las páginas están en blanco, ésta no nos dice nada; la encontramos árida, carente de mensaje para nuestra alma. La oración es un momento de  aburrimiento, ha perdido fervor, ha degenerado en rutina; no esperamos que tenga efectos, objetivos, y resulta ineficaz.
La comunión con los hermanos más bien nos molesta. Aunque les amemos, sólo vemos sus defectos; a veces los tenemos a todos por hipócritas. No nos sentimos a gusto a su lado
Se produce un debilitamiento en la lucha contra el pecado y las influencias mundanas, así como miedo ante oportunidades de dar testimonio de nuestra fe.
¿Qué nos está pasando? Hemos entrado en el período de sequía.
¿Pero cómo podemos reaccionar ante una sequia espiritual? En cualquier momento, inesperadamente, la sequía puede cesar. Dios puede enviar en el momento oportuno una lluvia vivificadora mediante una lectura, un culto, una conversación, un consejo, un pensamiento inspirado por el Espíritu Santo, una manifestación clara del cuidado amoroso de Dios o simplemente haciendo desaparecer las causas, espirituales, físicas o psíquicas, que habían originado el tiempo seco.
Podemos reaccionar ante una sequia, confiando en Dios,  (Jeremías 17.7-8), y resistiendo a toda costa: (Santiago 4.7)
Si amamos al señor, esta sequia pasará,  y volverán los días en que diremos con Isaías: «He aquí Dios es salvación mía; me asegurare y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacareis con gozo aguas de las fuentes de la salvación» (Isaías12.2-3). 

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