Probablemente, la corrupción es parte de la sociedad en
que vivimos. No hay día que no surja una noticia en los medios de comunicación que
nos informen acerca de algún escándalo de corrupción que estalla en alguna
esfera gubernamental o empresarial, manchando la buena imagen de sus dirigentes
y las instituciones.
La corrupción
tiene efectos nefastos. Socava las instituciones; desmorona la ética; desvirtúa
la justicia; impide el desarrollo económico; y debilita la vigencia de la ley.
¿Puede haber esperanza ante la corrupción?
La corrupción se origina en el egoísmo del corazón
humano. Entonces para erradicarla, es necesaria una transformación del corazón
del hombre, algo que solamente Dios puede hacer.
La Biblia nos habla de un hombre que también era un corrupto Zaqueo (1). Este era uno de los jefes de los recaudadores y quizás uno de lo más corruptos, con tanta riqueza suscitaba
envidia y rabia entre los habitantes de Jericó. Un hombre que podría encarnar
el ideal de una sociedad como la nuestra.
Sin embargo, después de su encuentro con Jesús llegó a la
conclusión de que su vida necesitaba que la enderezaran.
Cristo es el único que puede perdonar lo malo que hayamos
hecho en el pasado, llenarnos de su amor desinteresado y ayudarnos a vivir una
vida integra. Para ello, todo lo que pide es que nos arrepintamos de nuestros
pecados, y aprendamos de la aptitud de Zaqueo; “Señor, si en algo he defraudado
a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Al dar a los pobres y restituir con
intereses generosos a los que defraudó”, Zaqueo demostró mediante acciones
externas el cambio interno que experimentó. No es suficiente seguir a Cristo de
corazón. Debe mostrar su cambio de vida mediante una nueva conducta.
Dios puede concedernos fuerzas para ser íntegros en toda circunstancia, aunque la mayoría haga lo
contrario. Su poder
transformador está disponible para todos, a fin de
reemplazar nuestro egoísmo y nuestra ambición por su amor solidario.
Nuestra sociedad va a cambiar cuando se encuentre con su
Señor, Nuestras vidas van a ser corregidas, cuando sean formadas por Jesús, y
nuestro corazón ostentara el gozo solo hasta después de tener un encuentro con
Jesús y que le permitamos posar en nuestro corazón.
Lamentablemente, sin embargo, no todos lo aceptan; porque
no todos desean cambiar. Dios respeta la libertad del ser humano, y no obliga a
nadie a vivir honestamente.
(1).- (Lucas 19.1-10)
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