En estas fechas de verano es normal encontrar en muchos establecimientos el rótulo
“Cerrado por vacaciones”.
Durante estas fechas muchos de nosotros tenemos puesta nuestra mente y nuestro corazón en la preparación de las vacaciones de verano, que resultan siempre muy saludables y necesarias, pero que sería de nosotros si como cristianos cerramos nuestras Iglesia, Ministerios, etc por vacaciones, ¿que serían de esas personas que necesitan urgentemente que alguien le des palabras de vida?
¿Nos esperarían hasta septiembre?
En el corazón del auténtico cristiano, nunca se verá colgado el letrero: «cerrado por vacaciones» o «tiempo para mí: no molesten». Quien ama, quien se sabe cristiano, quien arde su corazón mientras escucha la voz del Señor, no tiene vacaciones para el evangelio, tenemos que transmitir a Cristo allí donde nos encontremos: en la montaña o en la playa, con los amigos o con la familia, en una fiesta... todo es ocasión para comunicar a Cristo, para testificar lo que Dios ha hecho en nuestra vida, con naturalidad y sencillez.
Es normal que la primera finalidad de las vacaciones es recuperar las fuerzas físicas y contribuir al equilibrio mental y psicológico, tan necesario sobre todo después de un prolongado e intenso año de trabajo. Para ello es muy recomendable interrumpir las ocupaciones ordinarias e incluso salir del ambiente en el que se desarrolla nuestra vida cotidiana.
Pero para un cristiano existe otra finalidad y una riqueza aún mayor en el descanso. El período de vacaciones es un don que Dios nos da, un talento que debemos hacer rendir, porque el tiempo, todo tiempo, es el medio principal que tenemos para realizar nuestra misión en la tierra. Por eso el descanso no puede ser tiempo de «ocio», entendido como un tiempo vacío de contenidos, como una escapatoria de las propias responsabilidades; sino que debe ser un tiempo de crecimiento espiritual, debe ser un tiempo para compartir con los demás, para el servicio y el evangelismo. Las vacaciones, por tanto, no son ocasión para vaciarse sino para llenarse.
Las vacaciones nos dan la posibilidad, de gozar de un tiempo más prolongado para la oración o para una provechosa lectura de la Biblia, o para leer esos libros que nunca hemos tenido tiempo para leer.
Jesús sabía procurarse también sus tiempos de descanso y, mejor aún, sabía hacer descansar a todos los que estaban a su alrededor. En más de una ocasión sorprendió a sus apóstoles con un cambio de planes para llevárselos a pasar un día de pesca en el lago de Tiberíades; conocía de sobra, como pescadores que eran, su afición por el mar. Le gustaba tener amigos y dedicarles lo mejor de su tiempo y de su persona, como ocurrió en las bodas de Caná, o en esos frecuentes encuentros con la familia de Pedro en Cafarnaúm donde Él, nos dice el Evangelio se sentía como «en su casa». Sabemos que siempre que podía, en sus viajes a Jerusalén, le gustaba ir a la casa de Marta, María y Lázaro, por quienes sentía una especial amistad. En esa casa de Betania solía descansar de las fatigas del camino, se sentía a gusto. Pero también dedicaba una buena parte de su tiempo de descanso, incluso robando horas al sueño, para estar largos ratos de oración a solas con su Padre (Lucas 6.12).
Que no nos de pereza de convertir nuestras vacaciones en un tiempo para Dios, para los demás y para nuestro enriquecimiento personal y familiar.
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