La Biblia nos enseña que no amemos al mundo ni las cosas del mundo. Las cosas del mundo pueden desearse y poseerse para los usos y propósitos que Dios concibió, y hay que usarlas por su gracia y para su gloria; pero los creyentes no deben buscarlas ni valorarlas para propósitos en que el pecado abusa de ellas. Cuál es el peor enemigo que la iglesia se enfrenta hoy, la codicia en forma de negocios mundanos donde solo importa explotar el negocio en el cual invertimos un buen montón de dinero y de alguna forma nos tiene que ser rentable, aquí es donde se entra en un montón de irregularidades e hipocresía inconsciente.
Muchos están dispuestos a decir, hacemos todo estos negocios, pero el dinero es para la “obra de Dios”, “para las misiones”.
El mundo aparta de Dios el corazón y mientras más prevalezca el amor al mundo, más decae el amor a Dios. Las cosas del mundo se clasifican conforme a las tres inclinaciones reinantes de la naturaleza depravada:
1. La concupiscencia de la carne, del cuerpo: los malos deseos del corazón, el apetito de darse el gusto con todas las cosas que excitan e inflaman los placeres sensuales.
2. La concupiscencia de los ojos: los ojos se deleitan con las riquezas y las posesiones ricas; esta es la concupiscencia de la codicia.
3. La soberbia de la vida: el hombre vano ansía la grandeza y la pompa de una vida de vanagloria, lo cual comprende una sed de honores y aplausos. Las cosas del mundo se desvanecen rápidamente y mueren; el mismo deseo desfallecerá y cesará dentro de poco tiempo, pero el amor de Dios nunca desfallecerá.
Muchos han tratado de mostrar cuán lejos podemos ir estando orientados carnalmente y amando al mundo y codiciando cosas que el mundo nos ofrece, la obra crece, ayudamos a mas hermanos, pero la Biblia nos enseña que no podemos servir a dos señores, porque se aborrecerá a uno y se amara al otro. De todos modos, estas vanidades son tan seductoras para la corrupción de nuestros corazones, que, sin velar y orar sin cesar, no podemos escapar del mundo ni lograr la victoria sobre su dios y príncipe.
La Iglesia, Obra de Dios o Ministerio, pobre, pero piadosa y honesta es mejor que una rica, impía y mundana Iglesia; puede dar más consuelo y es una bendición más grande para el mundo.
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