Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; 36 estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (Mateo 25.35-36). La famosa descripción de Jesús del día del juicio en Mateo 25, describe a los que están a su derecha (los hijos de Dios) como aquellos que han servido personalmente a Jesús en su pobreza, en su enfermedad y en su encarcelamiento.
Cuando el justo pregunta comprensiblemente con credulidad:
“¿Cuándo te hicimos esto, Jesús?”, Él responde: “Cada vez que lo hiciste con
uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste” (VS-40).
Jesús nos da aquí una doble descripción llamativa de su
pueblo: ellos son los que atienden a los hambrientos, a los sedientos, a los
marginados, a los desnudos, a los enfermos y a los encarcelados… y ellos son
los que tienen hambre y sed, se sienten marginados, están desnudos, enferma y están
en prisión.
Jesús no solo nos recuerda que los hijos de Dios deben ser
generosos y participar en actividades que repercutan beneficiosamente en la
sociedad. Él nos está diciendo: ¡Sus hermanos y hermanas en Cristo se
encuentran entre algunas de las personas más bajas, débiles y dolidas del
mundo! No te olvides de ellos; no dejes de ministrarlos solo porque todos los
demás los están olvidando.
Siempre ha sido cierto que los cristianos genuinos se
encuentran en todos los estratos económicos y sociales de la sociedad. Estos
son tus hermanos y hermanas, y cuando les ministras a ellos, estás ministrando
a Jesús mismo. No estamos destinados a ministrar solo a los cristianos, sino
que debemos tener especial cuidado de que los hermanos creyentes no queden
desatendidos.
¿Seguramente hay alguna oportunidad de poner en práctica
esta lección en su vida hoy? Busquemos a la(s) persona(s) que todos los demás
ignoran, desprecian o se burlan, y muéstrales amor, muéstrales respeto,
defiéndelos. En el nombre de Jesús, por el bien de Jesús.
Visita a Jesús en la cárcel. Cantar a Jesús en el asilo de
ancianos. Lleva esperanza a Jesús en el hospital. Defiende a Jesús en la calle
de tu barrio. Demos la bienvenida a Jesús a nuestro hogar.
Nunca lo lamentarás; y el mismo Jesús dice: “Benditos sois
de mi Padre. Lo has hecho bien."
No dejes de ministrarlos solo porque todos los demás los
están olvidando.
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