A veces nos sentimos muy seguros de que seremos fuertes en
el momento de una prueba y decimos que nosotros no fallaremos. ¿Alguna vez has
dicho no se me olvidará y se te olvidó? ¿Alguna vez te dijeron que hicieras tu
tarea porque luego se te olvido? ¿Alguna vez dijiste que no pasaría de ese día y
en la noche te acordaste y te pusiste muy triste por no haberlo hecho? Exacto nos
confiamos pensábamos que éramos suficientes.
En ocasiones confiamos demasiado en nosotros mismos, y
cometemos el error de expresar cierta infalibilidad sin darnos cuenta de ello,
censurando lo que otros hacen, sin reflexionar que somos propensos a hacer
aquello que censuramos que otros hacen. Por eso, nunca digas, nunca.
Como cumplimiento de la escritura del profeta Zacarías,
Jesús anuncia que todos los discípulos se van a escandalizar de Él, Zacarías 13.7 dice: “Hiere al pastor, y serán
dispersadas las ovejas”, a lo que Pedro respondió con un rotundo, «…yo nunca me
escandalizaré«.
Probablemente Pedro no reflexionó sobre lo que estaba
diciendo, al dar por sentado, que los demás discípulos harían lo que según él,
nunca haría, negar que conocía a Jesús.
Pablo escribiendo en su primera carta a Timoteo le dice «Ten
cuidado de ti mismo…»; 1 Timoteo 4.16. Nuestra principal ocupación ha de ser
por encima de todo, cuidar de nosotros mismos, rindiendo nuestras vidas
diariamente al Señor que nos salvó, y que nos ha de seguir ayudando cada día a
causa de nuestras debilidades.
Jesús ilustró en cierto modo esto, al mencionar a un
publicano que en lugar de justificarse asimismo expresando autosuficiencia, lo
que decía rindiendo su vida era «…Dios, sé propicio a mí pecador«; Lucas 18.13.
Este reconocía la imperiosa necesidad que tenía de la ayuda divina en su vida,
al considerarse un pecador, es decir, alguien propenso a pecar, y que necesita
la ayuda divina cada día para no hacerlo.
El sabio Salomón inspirado por el Espíritu Santo escribió
«…No te apoyes en tu propia prudencia« (Proverbios 3.5)
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