Quieras o no quieras, te guste o no te guste, todos estamos
familiarizados con la historia de la Navidad, y espero que todavía llene tu
corazón de asombro cada año como si la estuvieras escuchando por primera vez. Si
te paras a pensar en los diversos elementos de la historia es posible que si te
asombres: una virgen concibiendo milagrosamente a un niño, visitantes
angelicales que llevan mensajes de Dios, un censo en todo el imperio que
provoca grandes movimientos de miles de personas, una señal sobrenatural que
aparece en los cielos para aquellos que quieren ver, magos lejanos llegando y
alborotando toda la ciudad de Jerusalén con relatos de antiguas profecías
cumplidas, pastores interrumpidos de sus labores nocturnas, un coro de ángeles
cantando alabanzas a Dios en las alturas. Sin embargo, todos estos elementos
convergen en un punto, en el corazón de la historia de la Navidad: un establo,
un pesebre, un niño recién nacido, con multitud de corazones adorándole
reunidos a su alrededor.
Aunque no decoro mi hogar me encanta los belenes, son mi
decoración favorita en Navidad. Pero la escena de la natividad ha encontrado
algunos problemas últimamente en muchas partes del mundo, aquí mismo en Madrid
(España) los pesebres se han prohibido en los lugares públicos, en los centros
comerciales y por supuesto en multitud de escuelas y se han reemplazado por
imágenes de muñecos de nieve, papas Noel y renos.
Todo esto me llega a hacerme una pregunta, ¿por qué el belén
es un problema para algunas personas? Ciertamente no es el establo o los
animales o incluso un bebé en un pesebre. La gente no se ofendería si el ángel
simplemente hubiera anunciado: “Hoy ha nacido un bebé; lo encontrarás envuelto
en pañales y acostado en un pesebre”.
Pero la realidad lo que verdaderamente ofende es la
identidad del bebé: “Hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador; él es
Cristo el Señor.” (Lucas 2.11)
El ángel proclama algo más que el nacimiento de un bebé. ¡Ha
nacido un Salvador! el ángel anuncia una buena noticia de gran gozo que será
para todos los pueblos. ¿Por qué? Porque ha nacido el Salvador de la humanidad.
Él es Cristo el Señor. Él es el Prometido. Él es el Mesías esperado, el Hijo
eterno de Dios, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Es la identidad
de Aquel que está acostado en el pesebre la causa de tanta alegría y tanta
ofensa.
Parecería que muchos hoy quisieran reemplazar a ese niño en
el pesebre, substituyéndolo por otras formas y maneras, por ejemplo muchas
personas sustituyen la verdadera navidad por la celebración mundana, por el sustituto
del sentimiento afectuoso o las obras religiosas, pero ninguno de estos hace
justicia al verdadero significado de la Navidad.
Celebración mundana, sentimiento afectuoso o actos
religiosos, ninguno de estos puede sustituir el regalo de la gracia de Dios en
el pesebre. ¡No acepte sustitutos, por favor!
Excepto por uno. Hay un sustituto que con mucho gusto le
animo a aceptar. Acepte a Jesucristo el Salvador, que nació en este mundo para
ser nuestro sustituto, para morir en la cruz por nuestros pecados, para llevar
la pena por el pecado que merecíamos, para que podamos conocer el perdón de los
pecados y la vida eterna.
El mensaje del ángel era que un Salvador había nacido en
Belén. Jesucristo vino al mundo para buscar y salvar lo que se había perdido.
Ese es el mensaje de la Navidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario