La Historia es, en muchos aspectos, una historia de
influencia. El liderazgo consiste en influir; todo el mundo influye en alguien.
Por lo tanto, en un sentido, todo el mundo es un influyente. Los especialistas
(sociólogos) dicen que incluso la persona más introvertida influirá a 10.000
personas durante su vida. Todos nos influimos los unos a los otros en multitud
de maneras, desde lo que comemos en el desayuno o comida, las películas que
vemos, hasta los asuntos más importantes que conciernen a la
verdad y la ética. Al mirar mi caminar en esta vida, veo que he sido influido
por mucha gente: mis padres, profesores, amigos y familia. Igual que yo he sido
influido por otros, inevitablemente lo que hago y digo influirá a otros para
bien o para mal.
No es de extrañar entonces que busquemos maestros, mentores,
personas que puedan influir en nosotros, personas que podamos imitar. Todo el
tiempo sabemos que debemos encontrar personas influyentes veraces y confiables.
Pero debemos tener mucho cuidado y tenemos la responsabilidad de tener cuidado,
mucho cuidado, sobre a quién leemos, a quién miramos, a quién escuchamos, a
quién permitimos que nos influencie. Pues poco a poco, día a día, sermón a
sermón, podcast a podcast, llegaremos a parecernos a las personas a las que
seguimos. Para bien o para mal, los imitaremos hasta ser como ellos.
La Palabra de Dios en el Evangelio de San Lucas nos advierte
de las influencias, porque como hemos dicho podemos ser influenciados para bien
o para mal, entonces, haríamos bien en escuchar las advertencias consecutivas
de Jesús sobre el poder y los peligros de la influencia en Lucas capítulo 6.
Su primera advertencia viene en forma de una parábola. “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo”
(Lucas 6.39)? Nos imaginarnos a un ciego que necesita viajar de
un lugar a otro. Este hombre ciego necesita ayuda para viajar con seguridad,
por lo que pide ayuda a gritos y luego escucha una voz amistosa que responde:
"Yo te ayudaré". Así que toma el brazo de este amistoso extraño y se
va, sin darse cuenta de que ha tomado el brazo de otro ciego. Tan pronto como
se han puesto en marcha, tropiezan con un pozo y se caen. "¿Puede un
ciego guiar a otro ciego?" La respuesta es no,
La segunda advertencia de Jesús viene en el siguiente
versículo. “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere
perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6.40). Hoy aprendemos comprando
libros y viendo tutoriales y escuchando podcasts. Pero en ese día las opciones
eran mucho más limitadas. Si querías ser un aprendiz, necesitabas encontrar un
maestro. Necesitabas ponerte deliberadamente bajo la influencia de un rabino.
Lo seguirías, sabiendo que cuanto más estuvieras con él, más te volverías como
él. De hecho, sabías que habías sido completamente entrenado cuando eras
completamente como él. Sabrías todo lo que él sabe y te comportarías como él se
comporta. Serías un imitador total de este influencer. Naturalmente, entonces,
querrá tener mucho cuidado de elegir un muy buen maestro.
Pero, por supuesto, algunas personas eligieron malos
maestros. Siguieron malas guías. Jesús se refirió a los líderes religiosos de
su época como “guías ciegos” (Mateo 23.16). Eran los ciegos que guiaban a los
ciegos directamente al abismo, directamente al infierno. Él reprendió a estos
mismos líderes religiosos por llamar a otros a seguirlos, pero luego hacerlos
dos veces más hijos del infierno que ellos mismos (Mateo 23.15). La gente de la
época de Jesús sufría bajo la influencia de maestros indignos de confianza,
guías espiritualmente ciegos. Estaban siguiendo a malos maestros y, como era de
esperar, se estaban volviendo malos ellos mismos. No es de extrañar, entonces,
que Jesús dijo, ¡sígueme! No es de extrañar, entonces, que los llamara a
seguirlo como la luz del mundo, como el que da la vista a los ciegos, como el
que podría guiarlos con seguridad por el camino angosto que conduce a la vida.
También hoy Jesús nos llama a cada uno de nosotros a
seguirlo. Y envuelto en el llamado a seguirlo está el llamado a seguir a
aquellos que son como él. Imitamos a Jesús imitando a las personas que son como
Jesús. Somos influenciados por Jesús al ser influenciados por personas que han
sido influenciadas por Jesús. “Sed imitadores de mí, como yo lo soy de Cristo”,
dijo Pablo (1 Corintios 11.1).
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