Leer, ver u oír las noticias en estos días es muy duro y horrible,
me entristece cuando veo todo el sufrimiento innecesario de tantas personas en
una guerra sin sentido. Una vez más, el mundo está siendo sacudido. Ni siquiera
nos hemos recuperado de la pandemia del covid-19, cuando nos han llegado las
noticias de esta guerra donde infinidad de personas solicitan ayuda para huir del
miedo, del desastre, de la muerte, de la destrucción y del colapso económico.
Es impactante, preocupante, agotador y me provoca ira, pero por otro lado no
quiero mirar hacia otro sitio.
No quiero apartar la mirada ni mis pensamientos porque me
importa. No los conozco personalmente, pero hay personas reales que sufren
cosas terribles en este momento, y las consecuencias de esta guerra están
comenzando a extenderse y a causar más y más dificultades para más y más
personas, en todo el mundo. ¿Cómo podría no importarme eso?
Pero tengo que tener cuidado. Las noticias sobre esta guerra
pueden ser ruidosas, serias y exigentes, pero estas no son las únicas noticias
a las que debo prestar atención. Hay historias mucho más tranquilas y no tan
trágicas que se desarrollan a mi alrededor en mi propia comunidad, en mi propia
iglesia, incluso en mi propia familia, y las personas en estas historias son
igualmente preciosas a los ojos de Dios, y Dios me puso aquí con ellos donde
puedo involucrarme profundamente en sus historias.
Y precisamente este jueves pasado me he encontrado con una
historia de una persona. Este muchacho se encontraba pidiendo a la puerta de un
Híper, y no pude pasar de largo sin preocuparme de su estado. Normalmente estas
personas están pidiendo dinero, este joven también pero para poder comprar a su
bebé leche y pañales. Gracias a Dios que en la iglesia tenemos leche para bebés
y quedamos que este fin de semana le facilitaríamos los pañales. Me puse a ello
y me encontré que a la puerta donde llamaba todos los pañales estaba apartados
para los niños de la guerra. Y no es que me parezca mal, ni mucho menos, esos
bebés lo necesitan. Pero hermanos yo también tengo mi “guerra” quizás no igual
ni tan siquiera parecida, pero tengo que tener cuidado, podría convertirme en
un experto en los intrincados detalles de los desarrollos globales y, al mismo
tiempo, perder el contacto con las realidades de lo que sucede en las vidas de
las personas que viven frente a mí. Podría estar orando por las necesidades de
las comunidades en todo el mundo (lo cual es bueno, y hago), y al mismo tiempo
olvidar o ignorar las necesidades de la comunidad en la que vivo físicamente.
Podría dar para el alivio de los extraños en verdadera necesidad, y ni siquiera
me doy cuenta de las necesidades reales (aunque menos dramáticas) de mis
propios amigos y vecinos. Podría mantener mi cabeza en los titulares de prensa
y televisión, y ni siquiera ver a la gente a mi lado.
Este es el mundo en el que Dios me puso, y hay personas y
situaciones aquí mismo con las que puedo ayudar, tal vez de formas en las que
nadie más puede hacerlo. No quiero tener mi cabeza tan atrapada en los
titulares que deje de poder escuchar las noticias de mis vecinos, consolar a
mis amigos o apoyar a mi comunidad. Dios me puso a mí, y a mi cabeza, justo
aquí, y lo hizo por una razón.
P.D. Al final gracias a Dios entre unos hermanos de la
iglesia le hemos comprado los pañales que necesitaba.
Gracias Esteban.
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