Los milagros del cielo es una película que narra la historia
de la familia Beam. Christy tenía una vida sin duda alguna bendecida en Tejas
junto a su marido y sus tres hijas llenas de vitalidad. Entonces, su hija
mediana, Annabel, enfermó. Se encontraba en una situación desesperada: fue
diagnosticada con una desgarradora y fatal enfermedad que la dejó incapaz de
digerir alimentos. Los mejores médicos del mundo carecían de una solución.
Además, todos los constantes e incansables esfuerzos de Christy por sanar a su
hija parecían fracasar. Aunque exteriormente se negaba por completo a darse por
vencida, interiormente, Christy estaba aterrorizada, llena de dudas, en
definitiva, perdida.
De repente, en un instante, todo cambió. Una impactante
caída de cabeza, en el interior de un álamo hueco, que se convirtió en un
rescate mediático, y además, dio como resultado un increíble desenlace que
ningún científico pudo explicar adecuadamente. La propia Annabel tuvo una
sorprendente historia personal que contar: un encuentro celestial que la hizo
regresar a su familia. Sin embargo, para Christy la recuperación inexplicable
de su hija no fue más que el principio, ya que el milagro, aparentemente
excepcional, se convirtió en un suceso que transformó el día a día de su
familia. Christy comenzó a ver cómo muchos milagros cotidianos habían bendecido
su camino: desde la amabilidad de un desconocido, hasta la compasión de un médico
brillante, pasando por las conversaciones francas que renovaban el propósito y
las creencias de la familia al completo.
Esta película me doy lugar a pensar que muchos de nosotros buscamos
algún tipo de seguridad de que las promesas de Dios se van a cumplir. Anhelamos
que solo una persona regrese, una persona que haga el viaje de regreso, una
persona que nos asegure que el cielo es real, que las promesas de Dios son
verdaderas, que nuestros seres queridos están sanos y salvos.
Pero supongamos que uno regresara, que dijera haber entrado
por esas puertas celestiales y haber experimentado los gozos del cielo y haber
tenido comunión con los santos y ángeles y haber visto el mismo rostro de
Cristo. ¿Tendríamos que aceptar la realidad y la existencia del cielo sobre la
base de una sola persona, un solo testigo, una sola autoridad humana frágil y
falible? Eso no sería garantía alguna. Eso sería insuficiente para sostenernos,
insuficiente para consolarnos.
Dios no ha considerado apropiado proporcionarnos ese tipo de
testimonio. En lugar de hacer que basemos nuestra confianza en la palabra de
amigos o familiares, él nos hace basar nuestra confianza en sus palabras infalibles.
¿Y por qué creemos en la palabra de un hombre si no creemos en la palabra de
Dios mismo? ¿Por qué anhelaríamos basar nuestra confianza en un ser creado si
no creemos en el que nos creó? ¿Por qué preferiríamos al hombre a Dios?
En nuestra angustia, en nuestro dolor, en nuestra incertidumbre, tenemos la palabra de Dios, el Dios que promete: “Lo he dicho y así lo haré, he hecho mi plan y lo cumpliré."[1] Tenemos su palabra segura y segura de que así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. [2] Tenemos su promesa de que a través de la resurrección de Jesucristo, tenemos “una herencia imperecedera, incontaminada e inmarcesible, guardada en el cielo para ustedes, quienes por el poder de Dios están siendo guardados por la fe para una salvación lista para ser revelada en el última vez." [3] Y cada uno de nosotros debemos preguntarnos: Si no creemos esto, ¿en qué creemos? ¿Si no le creemos, a quién le creeremos? ¿Qué más podríamos querer, esperar, necesitar?
A medida que nuestros seres queridos son apartados de
nuestro alcance, cuando abandonan este mundo y se desvanecen de nuestra vista,
tenemos la mayor de todas las esperanzas y la mayor de todas las garantías.
Tenemos la palabra segura y firme del Dios que nos hizo, el Dios que nos salvó,
el Dios que resucitó a su Hijo, el Dios que ha prometido que nos ha dado la
victoria final a través de Jesucristo. Y cuando tenemos esa palabra, tenemos
todo lo que necesitamos.
[1] Isaías 46.11
[2] 1 Corintios 15.22
[3] 1 Pedro 1.4-5
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