Hace muchos años acompañe a un muchacho a un juicio de un
delito que había cometido algunos años anteriores. En el tiempo que cometió el
delito este muchacho era toxicómano, y en la actualidad estaba en un centro de
rehabilitación. Como atenuante presento primero su adicción a las drogas, luego
su esfuerzo por salir de ese infierno con la seguridad de que lo estaba
consiguiendo, y por último pudo testificar al Juez de que su vida había
cambiado gracias a Dios. Nuestro propósito era que si la sentencia fuese
condenatoria la pudiera cumplir en el centro de rehabilitación donde estaba
terminando un programa de rehabilitación.
El Juez nos oyó muy atento, le felicito, pero su veredicto
más o menos fue: “Me parece muy bien y es estupendo todo lo que me cuentas y
ojala todos los jóvenes que pasan por estos juzgados tuvieran tú mismo
testimonio y tus ganas de cambiar de vida, pero la condena la tienes que
cumplir en un centro penitenciario”. El delito que cometió una década antes le
persiguió hasta el final.
Muy parecido a esta historia le paso al rey David que pensó
que sus pecados había terminado, y tenía sus razones. Su pecado había sido
expuesto, había buscado el perdón del Señor y se lo había concedido. Se había
renovado un espíritu recto y se había creado un corazón limpio. Luego llegó la
noticia de que su hijo estaba gravemente enfermo [1]. La revelación arrojó a
David al suelo en angustia mientras los pensamientos de su pecado llenaban su
mente. Habían pasado meses, pero ahora su pecado había salido de su escondite
para recordarle su traición contra Dios.
Años más tarde, otro hijo se rebela, y nuevamente el pecado
le recuerda a David la espada que ha sido clavada en su familia debido a su
pecado [2]. Otro recordatorio brutal fue que, en un momento dado, pensó que
sabía más que el Señor de toda la creación. En su pecaminosidad, deseaba algo
que el Señor había prohibido, pero David ignoró la ley porque pensó que sabía
mejor que su creador lo que era bueno para él. [3]
Pero cómo le había perseguido ese pecado. Cuántas veces
pensó que había terminado con eso. Se había arrepentido, había sido perdonado,
pero a pesar de todo, parecía perseguirlo. Aunque no tenía control sobre su
vida, y no había posibilidad de que su pecado pudiera exigirle su paga debido
al plan redentor y la obra de Dios, el pecado no se hacía olvidar.
Pensamos que el pecado nos dura simplemente una temporada.
Muchas veces, tienen una forma de regresar en pequeños recordatorios que te
hunden el ánimo de vez en cuando, y el hecho de que aparezca cuando menos lo
esperas es lo que lo hace aún más difícil. Como sucedió con este muchacho que
tomo decisiones serias y honestas delante de Dios, y cuando más seguro estaba de
que había empezado una nueva vida para él, el pecado pasado se presento en su
vida para robarle la paz y el gozo. Este muchacho nunca se olvidó de sus
pecados antigüos, pero Dios utilizo ese tiempo en prisión para que él tuviese
un ministerio hoy en día en las prisiones.
Igualmente David, él nunca olvidó su pecado, pero eso no
impidió que Dios lo llamara "Un hombre conforme a su propio corazón".
Como rey de Israel, el Señor ha usado su ejemplo para mostrarle al mundo su
amor y perdón y que el Señor puede usar a cualquiera de una manera poderosa,
incluso a aquellos con graves fracasos en el pasado. El pecado puede perseguir
al creyente arrepentido todo lo que quiera, pero en última instancia, no puede
separarlo del amor de Dios. Aunque el enemigo cree ingenuamente que los separara
con eso, el Dios soberano lo está usando para conformarlos a la imagen de su
Hijo. No olvidemos nunca que fueron los efectos inquietantes del pecado que
Dios usó en la vida de David, lo que hizo que se levantara bajo el amor de Dios,
y a través de ello dio a luz varios Salmos que fueron inspirados por el
Espíritu Santo y se consideraron las mismas Palabras de Dios.
[1] 2 Samuel 12.14
[2] 2 Samuel 15
[3] 1 Crónicas 21
No hay comentarios:
Publicar un comentario