Era la primera vez que venían a la iglesia, recomendados por
un pastor de otra iglesia distinta a la ciudad donde nos encontramos. Nos
presentamos, nos saludamos, les enseñe los locales de la iglesia, les presente
a los hermanos y pastores, todo muy normal. Antes de que empezara el servicio
me hicieron una pregunta que dio lugar a escribir este post. ¿Esta iglesia es
igual a la iglesia que pastorea el pastor…? (Permitirme que omita nombres y
lugares para no involucrar a nadie, pues ese no es mi deseo). Mi respuesta fue
tajante: NO. Esta iglesia es totalmente diferente a cualquier otra iglesia.
Hermanos cuando queremos comparar, iglesias, pastores,
cultos, estamos cometiendo un grave error porque al estar comparando a la iglesia
que tengo enfrente con otra iglesia, me pierdo de conocerla en verdad, me
pierdo de descubrir sus dones, su doctrina, sus cualidades porque estoy
simplemente trayendo un modelo exterior y eso me impide conocer a la iglesia
que tengo en frente.
Esto de las comparaciones también nos ocurre entre personas.
¿Alguna vez has tenido la tentación de mirar a los demás y compararte con
ellos? Tal vez comparaste tu auto con el del vecino, o tu trabajo con el del
hermano de la iglesia; quizás la comparación fue sobre los buenos y educados
que son los hijos de otra familia en relación con los tuyos… y tal vez todas
esas comparaciones nos han hecho sentirnos inferiores.
Igualmente que con la iglesia toda comparación que hagamos
con los demás es una pérdida de tiempo; eso nos puede robar la paz, y
distraernos de lo que es verdaderamente importante. Tenemos que tener mucho
cuidado porque el diablo nos quiere convencer de que los demás son mejores que
nosotros o de que nosotros somos mejores que los demás. Este juego sucio del
diablo nos aleja de poder vivir en unidad, puesto que rompe nuestra percepción
de la vida y nos hace sentir emocionalmente atado a esas comparaciones.
Compararnos con los demás de manera desfavorable es motivo
de descontento, desaliento y envidia. En el primer libro del profeta Samuel, Saúl
se enojó en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: «A David dieron
diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino». Y desde aquel día Saúl no miró con buenos
ojos a David. (18.8-9)
Así mismo compararnos negativamente puede generarnos un
complejo de inferioridad y llevarnos a quejarnos: Tú, hombre, ¿Quién eres para
pedirle cuentas a Dios? ¿Acaso la olla de barro le dirá al que la hizo: «Por
qué me hiciste así»? El alfarero tiene
el derecho de hacer lo que quiera con el barro, y del mismo barro puede hacer
una olla para uso especial y otra para uso común. (Romanos 9.20-21)
Dios nos creó tal y como somos. Cada uno de nosotros está
creado de una manera única y fabulosa. No tenemos que comparar nuestra vida con
la de los demás, sino podemos seguir adelante sin problemas usando lo que Dios
nos ha dado. Al comprender esto entonces, no es necesario que te compares con
otra persona; no necesitas eso para sentirte bien contigo mismo. No permitas
que la inseguridad, el orgullo y el juego de las comparaciones te alejen de
amar al prójimo. “Lo que Dios tiene para ti es tuyo y nadie te lo puede quitar”.
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