Esta semana leía en un blogs la noticia de un pastor que
había asistido a un retiro y al regresar
expresaba el cambio espiritual y la renovación que experimentó. Contaba que de
repente, el universo eclesiástico se le había cambiado de un modo notable. Él
empieza a hablar del «Ministerio quíntuple» (Dicen que algunos creen que Dios ha
restaurado, o está restaurando, los oficios de apóstol y profeta en la iglesia
hoy en día). Y especialmente sobre el nuevo apostolado que el Señor le ha
regalado a la iglesia.
Proclamaba que el Espíritu le había mostrado que su iglesia debe
estar bajo la «cobertura» de un apóstol, y sin ello, no experimentarían la
bendición del Señor, y no se le ocurre otra cosa que autoproclamase “Apóstol”.
Uno de los grandes vicios de la iglesia evangélica hoy son
la sed de poder de prestigio y riqueza de algunos de nuestros pastores y
predicadores. Hoy muchos están obsesionados con títulos, poder, honores y
reconocimientos para poder lucir y ser importante. Nos importa mucho más
nuestra imagen, la fama y los títulos que tengamos que la predicación de las
Buenas Nuevas. Eso es totalmente
contrario al espíritu de Jesucristo y del evangelio.
Escuchaba en un programa radiofónico a un famoso predicador de
una de las iglesias madrileña que le hacían una pregunta: <<Usted inspira
a miles de perdonas>> A lo que respondió: <<A miles no; a
millones>> Como si fuera esto poco nos recordó a todos radioyentes sus
credenciales, títulos y logros personales.
Unos de los ejemplos más claros que tenemos en las Sagradas
Escrituras lo tenemos en Pablo, él podía llamarse apóstol, ya que fue llamado
por la gracia de Dios. (2 Corintios 1.11) Sin embargo en muchas de sus
Epístolas se presenta como “Siervo”.
Cuando Dios se revelo a Moisés en el monte Sinaí (Éxodo
34.5-7) Allí estaba el hacedor del mundo, el creador del cosmos y juez de la
humanidad, pero no uso sus títulos, ni menciono sus proezas. En cambio se presentó
como misericordioso y piadoso tardo para
la ira, y grande en misericordia y verdad (VS-6) No revelo sus títulos ni logros,
sino su propio carácter.
Si somos hechos a su imagen y llamados a seguir su ejemplo
(Efesios 5.1-2), al margen de nuestros logros y títulos lo que realmente
importa es cuan misericordiosos, piadosos, pacientes y veraces nos estamos
volviendo.
Podemos basar nuestra valía y logros, como aquel pastor que
solo le importa sus títulos, o como aquel otro predicador que recordó a sus
radioyentes todos sus títulos y logros, pero el ejemplo del Señor sobre el
éxito verdadero es como nos estamos asemejando más a Él.
Tomemos ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario