Ante cualquier crisis que se nos presenta y parece avasallarnos,
contamos siempre con dos opciones: o nos atemorizamos y encerramos, pensando
que no tenemos oportunidad de salir de ese estado crítico; o bien, decidimos
aventurarnos a algo nuevo, distinto, dar un paso adelante y aprovechar la
“crisis” y encontrar en esas situaciones en la que todo parece oscuro, las
luces que pueden cambiar la crisis en oportunidades para nuestro bienestar y el
de nuestro prójimo. Recordemos: nada cambia hasta que yo cambio mi actitud
frente a las cosas.
En todas las crisis las cosas cambian, unas para bien y
otras para mal, depende únicamente de nosotros de nuestro comportamiento, entender
que hasta en las peores crisis en cualquier aspecto de nuestra vida atraeremos
y lograremos mejores cosas si nos enfocamos en lo bueno en lo positivo. La
historia es testigo de esta enseñanza: personas mundialmente conocidas y relevantes,
pasaron muchas veces por infinidad de crisis, pero hay una cosa que tuvieron en
común todos ellos: aprovecharon su situación para mejorar ellos y su entorno.
El apóstol Pablo se encontraba en una de esas crisis que causan
verdaderos problemas. Él se encontraba preso y no era por motivos suficientes
como para encontrarse en esa situación, él estaba preso simplemente por
predicar el evangelio. Queramos o no queramos ante una situación así nuestra
vida cambia, y entonces surge la oportunidad de aprovechar esa oportunidad que
nos da la crisis. Los filipenses lo
saben y están preocupados por él. Pero Pablo escribe esta sección de la carta
para mostrar a los filipenses que su prisión está ayudando a la causa del
evangelio en lugar de dañarlo. Él en plena crisis ha escogido lo mejor:
"Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han
redundado más bien para el progreso del evangelio". (Filipenses 1.12).
Pablo lo tenía claro, en plena crisis podía hacer dos cosas,
o quejarse o aprovechar la oportunidad que la cárcel le daba. Y esta fue que le
permitió compartir el evangelio con toda la guardia del palacio: “De tal manera
que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a
todos los demás”. (Filipenses 1.13)
La guardia del palacio era un gran contingente de 9000
soldados que sirvieron como guardaespaldas de César en Roma. Eran como los
cuerpos de élite de su época. Recibían el doble de sueldo que los soldados
normales y disfrutaban de privilegios especiales, incluida la ciudadanía
romana. Y una de sus responsabilidades habría sido turnarse para proteger al
prisionero. Pablo habla de sus cadenas en este versículo, y eso se debe a que
él estuvo literalmente encadenado a un guardia romano durante todo el tiempo de
su encarcelamiento. Se habría establecido una rotación y cada cuatro o seis
horas entraría un nuevo guardia y cambiaría de lugar con el guardia que acababa
de estar con Pablo.
¿Sabemos lo que eso significaba? Pablo tenía una persona
continuamente a su lado. Pablo no se quejó por estar encadenado a un guardia
romano". Más bien pensó, muy bien la guardia Romana está encadenada a mí,
pues aquí hay una oportunidad de compartir el evangelio con cada uno de ellos.
Cada guardia que entraba y le preguntaba, Pablo le contestaba con el Evangelio.
Muchas personas ven las crisis como un episodio catastrófico
en su vida, ciertamente son situaciones desagradables en las que todos
quisiéramos escapar y evadir, pero las aflicciones estarán presentes en algún
momento de nuestras vidas y está en nosotros pasarlas de la mano de Dios y
verlas como oportunidades.
Las crisis pueden brindar oportunidades para que el pueblo
de Dios crezca espiritualmente y guíe a otros a Cristo, quien es nuestra única
Roca y Esperanza, no solo en el tiempo presente, sino por toda la eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario